EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 184

nación mentirosamente urbana. La libertad de expresión desapareció por completo. Revisar los periódicos de la época es ridículo. Mientras el país se desangraba sumido en la hecatombe, las noticias de prensa daban cuenta de los lejanos sucesos de la guerra de Corea, o de las actividades de un club de jardinería o de una exposición canina. Entre 1948 y 1953 los periódicos colombianos pudieron ser escritos y publicados en Suecia o en Filipinas. Y, de otro lado, los propósitos básicos del régimen: seguridad, orden, fortalecimiento del Ejército y de la Policía, no se cumplieron para nada. Por el contrario, el desorden fue generalizado y la seguridad se puso en manos de los particulares siendo, como es, un ejercicio inajenable del Estado. Todo ello condujo al golpe militar de Rojas Pinilla. El país, exasperado con los excesos de Gómez y de sus palaciegos rodeó al hombre que le ofreció una única salida. Sin oponer resistencia, el presidente entregó el poder a un general un poco demasiado gris que quería encarnar a Perón. Pero Colombia no era Argentina ni María Eugenia Rojas, la hija del golpista, era Evita. Para comenzar, era belfa. De todos modos hizo intentos por repetir la historia de los descamisados y fundó un organismo para manejar la demagogia del gobierno, que se llamó “Sendas”. Los primeros conatos de corrupción del régimen militar se dieron en tomo a esa entidad: se habló de las ayudas humanitarias que se desviaron hacia otros fines y engrosaron las billeteras de los intermediarios. De Sendas no quedó nada. Un horrible edificio que oprime con su sombra la vieja iglesia colonial de San Agustín, y que fue declarado monumento nacional a instancias del hijo y nieto de los protagonistas. Y el recuerdo del opulento matrimonio de nuestra Evita doméstica, en fotografías que inundaron todas las páginas sociales, donde se veía al engominado novio peinado a la manera de Perón, y a la novia con su prognosis, sorprendida de estar en el centro de un acontecimiento que creyó reservado para otras, ella que siempre estuvo dispuesta a vestir santos y a cantar melancólicamente “Susana, ven, Susana”. Ah, el Tuerto López. Que no era tuerto sino bizco. Que no era cónsul sino poeta. Que no era divertido sino desolado. De él llevo unos pocos versos en la memoria que afuera no dirán nada, porque el Tuerto fue apenas otro producto típico y a los productos típicos nadie los pone junto a las porcelanas de la sala. Y yo desde 184