EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 171
capaz de protegerse a sí mismo. Que en ese inmenso territorio de
un millón 300 mil kilómetros cuadrados y con 43 millones de
habitantes, todo el mundo está a la deriva. Pero el asunto debe
tomarse con extremo cuidado. Cuando la prensa escribe que el
Estado se acabó (y yo mismo lo he hecho), escribe a favor de
Mancuso. Peligroso. Pero a la deriva están muchos. Hace poco lo
estuvo, por ejemplo, el arzobispo de Cali. Su caso lo planteó Alirio
Uribe, en París, ante el Coloquio sobre la Paz en Colombia,
convocado por la Asamblea Nacional. Según él, el asesinato del
prelado, el hecho atroz del 16 de marzo, “marca el comienzo de un
período de guerra sucia en la que los objetivos designados (son)
los organismos y personas comprometidos con los derechos
humanos”.
Volando a 9 mil pies de altura sobre el Río Magdalena (el piloto
anuncia en este mismo momento que su línea plateada puede
verse con nitidez por la ventanilla), sé que los objetivos designados
somos todos. Obvio, para los defensores de los derechos humanos
los primeros serán los defensores de los derechos humanos, y
para los periodistas, los periodistas, y para los políticos, los
políticos, y para los militares, los militares. Pero no: somos todos.
Si en Cúcuta, Cali y Urabá, como él dice, “desaparecieron las
oficinas de defensa y promoción de los derechos humanos”, lo
cierto es que allá, y en el resto del país, desaparecieron hace
mucho los derechos humanos. En ese sentido, ¿qué importancia
pueden tener las oficinas? Desde hace años un serio investigador
colombiano, el profesor Eduardo Umaña Luna (Premio Nacional a
la Investigación Científica, Universidad Nacional, 2001) ha
denunciado las iniquidades de un estatuto que no opera en
ninguno de sus artículos, y ha demostrado, con cifras y
estadísticas, que la defensa del derecho a la vida ha dejado por
puertas otros derechos esenciales: al trabajo, a la salud, a la
vivienda, a la educación, sin los cuales la vida no es vida.
Mientras mi vecina de la blusa de pepas se inquieta en su silla
ante un movimiento brusco de la nave, pienso que una cosa es la
vida y otra muy distinta la supervivencia. En Colombia no vivimos
porque estamos empeñados en sobrevivir. Y así esto se convierta
en un trabalenguas, en esa supervivencia se nos va la vida,
gastada, claro está, en un oficio mucho más duro que el de
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