EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 95

Sin saber cómo, se encontró bailando alrededor de un farol. Un autobús se deslizaba abandonando la estación, un autobús extraño... - ¡Ralph! ¡Ralph! - ¿Qué pasa? - No hagas ese ruido... - Lo siento. De la oscuridad del otro extremo del refugio llegó un lamento de terror, y en su pánico hicieron crujir las hojas. Samyeric, enlazados en un abrazo, luchaban uno contra el otro. - ¡Sam! ¡Sam! - ¡Eh... Eric! Renació el silencio. Piggy dijo en voz baja a Ralph: - Tenemos que salir de esto. - ¿Qué quieres decir? - Que tienen que rescatarnos. Por primera vez aquel día, y a pesar del acecho de la oscuridad, Ralph pudo reír. - En serio - murmuró Piggy -. Si no volvemos pronto a casa nos vamos a volver chiflados. - Como chivas. - Chalados. - Tarumbas. Ralph se apartó de los ojos los rizos húmedos. - ¿Por qué no escribes una carta a tu tía? Piggy lo pensó seriamente. - No sé dónde estará ahora. Y no tengo sobre ni sello. Y no hay ningún buzón. Ni cartero. El resultado de su broma excitó a Ralph. Le dominó la risa; su cuerpo se estremecía y saltaba. Piggy amonestó en tono solemne: - No es para tanto... Ralph siguió riendo, aunque ya!„• dolía el pecho. Su risa le agotó; quedó rendido y con la respiración entrecortada, en espera de un nuevo espasmo. Durante uno de aquellos int