Sin saber cómo, se encontró bailando alrededor de un farol. Un autobús se deslizaba
abandonando la estación, un autobús extraño...
- ¡Ralph! ¡Ralph!
- ¿Qué pasa?
- No hagas ese ruido...
- Lo siento.
De la oscuridad del otro extremo del refugio llegó un lamento de terror, y en su pánico
hicieron crujir las hojas. Samyeric, enlazados en un abrazo, luchaban uno contra el otro.
- ¡Sam! ¡Sam!
- ¡Eh... Eric!
Renació el silencio.
Piggy dijo en voz baja a Ralph:
- Tenemos que salir de esto.
- ¿Qué quieres decir?
- Que tienen que rescatarnos.
Por primera vez aquel día, y a pesar del acecho de la oscuridad, Ralph pudo reír.
- En serio - murmuró Piggy -. Si no volvemos pronto a casa nos vamos a volver
chiflados.
- Como chivas.
- Chalados.
- Tarumbas.
Ralph se apartó de los ojos los rizos húmedos.
- ¿Por qué no escribes una carta a tu tía? Piggy lo pensó seriamente.
- No sé dónde estará ahora. Y no tengo sobre ni sello. Y no hay ningún buzón. Ni
cartero.
El resultado de su broma excitó a Ralph. Le dominó la risa; su cuerpo se estremecía y
saltaba.
Piggy amonestó en tono solemne:
- No es para tanto...
Ralph siguió riendo, aunque ya!„• dolía el pecho. Su risa le agotó; quedó rendido y con
la respiración entrecortada, en espera de un nuevo espasmo. Durante uno de aquellos
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