EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 94

- Bueno, ya me dirás para qué sirve. Ralph, indignado, trató de recordarlo él mismo. La hoguera tenía su importancia, era tremendamente importante... - Ya te lo ha dicho Ralph mil veces - dijo Piggy contrariado -. ¿Cómo nos van a rescatar si no? - ¡Pues claro! Si no hacemos fuego... Se agachó al lado de ellos, en la creciente oscuridad. - ¿Es que no lo entendéis? ¿Para qué sirve pensar en radios y barcos? Extendió el brazo y apretó el puño. - Sólo podemos hacer una cosa para salir de este lío. Cualquiera puede jugar a la caza, cualquiera puede traernos carne... Pasó la vista de un rostro a otro. Pero en el momento de mayor ardor y convicción la cortinilla volvió a cubrir su mente y olvidó lo que había intentado expresar. Se arrodilló, con los puños cerrados y dirigió una mirada solemne primero a un muchacho, después al otro. Por fin, se levantó la cortinilla: - Eso es. Tenemos que tener humo; y más humo... - ¡Pero si no podemos! ¡Tú mira eso! La hoguera moría ante ellos. - Dos se ocuparán de la hoguera - dijo Ralph, más para sí que para los otros -...eso supone doce horas al día. - No podemos traer más leña, Ralph... -... de noche, no... -... en la oscuridad, no... - Podemos encenderla todas las mañanas - dijo Piggy -. Nadie va a ver humo en la oscuridad. Sam asintió enérgicamente. - Era distinto cuando el fuego estaba... -... allá arriba. Ralph se levantó con una curiosa sensación de falta de defensa ante la creciente oscuridad. - De acuerdo, dejaremos que se apague la hoguera esta noche. Se encaminó, con los demás detrás, hacia el primer refugio, que aún se mantenía en pie, aunque bastante dañado. Dentro se hallaban los lechos de hojas, secas y ruidosas al tacto. En el refugio vecino, uno de los pequeños hablaba en sueños. Los cuatro mayores se deslizaron dentro del refugio y se acurrucaron bajo las hojas. Los mellizos se acomodaron uno junto al otro y Ralph y Piggy se tumbaron en el otro extremo. Durante algún tiempo se oyó el continuo crujir y susurrar de hojas mientras los muchachos buscaban la postura más cómoda. - Piggy - ¿Qué? - ¿Estás bien? - Supongo. Por fin reinó el silencio en el refugio, salvo algún ocasional susurro. Frente a ellos colgaba un cuadro de oscuridad realzado con brillantes lentejuelas; del arrecife llegaba el bronco sonido de las olas. Ralph se entregó a su juego nocturno de suposiciones: «Si nos llevasen a casa en jet, aterrizaríamos en el enorme aeropuerto de Wiltshire antes de amanecer. Iríamos en auto, no, para que todo sea perfecto, iríamos en tren, hasta Devon y alquilaríamos aquella casa otra vez. Allí, al fondo del jardín, vendrían los potros salvajes a asomarse por la valla...» Ralph se movía inquieto entre las hojas. Dartmoor era un lugar solitario, con potros salvajes. Pero el atractivo de lo salvaje se había disipado. Su imaginación giró hacia otro pensamiento, el de una ciudad civilizada, donde lo salvaje no podría existir. ¿Qué lugar ofrecía tanta seguridad como la central de autobuses con sus luces y ruedas?