- ¿Quién se une a mi tribu?
- Yo me uno.
- Yo.
- Yo me uno.
- Tocaré la caracola - dijo Ralph, sin aliento - y convocaré una asamblea.
- No le vamos a hacer caso. Piggy tocó a Ralph en la muñeca.
- Vamonos. Va a haber jaleo. Ya nos hemos llenado de carne.
Hubo un chispazo de luz brillante detrás del bosque y volvió a estallar un trueno,
asustando a uno de los pequeños, que empezó a lloriquear. Comenzaron a caer gotas de
lluvia, cada una con su sonido individual.
- Va a haber tormenta - dijo Ralph -, y vais a tener lluvia otra vez, como cuando caímos
aquí. Y ahora, ¿quién es el listo? ¿Dónde están vuestros refugios? ¿Qué es lo que vais a
hacer?
Los cazadores contemplaban intranquilos el cielo, retrocediendo ante el golpe de las
gotas. Una ola de inquietud sacudió a los muchachos, impulsándoles a correr aturdidos de
un lado a otro. Los chispazos de luz se hicieron más brillantes y el estruendo de los
truenos era ya casi insoportable. Los pequeños corrían sin dirección y gritaban.
Jack saltó a la arena.
- ¡Nuestra danza! ¡Vamos! ¡A bailar!
Corrió como pudo por la espesa arena hasta el espacio pedregoso, detrás de la
hoguera. Entre cada dos destellos de los relámpagos el aire se volvía oscuro y terrible; los
muchachos, con gran alboroto, siguieron a Jack. Roger hizo de jabalí, gruñendo y
embistiendo a Jack, que trataba de esquivarle. Los cazadores cogieron sus lanzas, los
cocineros sus asadores de madera y el resto, garrotes de leña. Desplegaron un
movimiento circular y entonaron un cántico. Mientras Roger imitaba el terror del jabalí, los
pequeños corrían y saltaban en el exterior del círculo. Piggy y Ralph, bajo la amenaza del
cielo, sintieron ansias de pertenecer a aquella comunidad desquiciada, pero hasta cierto
punto segura. Les agradaba poder tocar las bronceadas espaldas de la fila que cercaba al
terror y le domaba.
- ¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!
El movimiento se hizo rítmico al perder el cántico su superficial animación original y
empezar a latir como un pulso firme. Roger abandonó su papel para convertirse en
cazador, dejando ocioso el centro del circo. Algunos de los pequeños formaron su propio
círculo, y los círculos complementarios giraron una y otra vez, como si aquella repetición
trajese la salvación consigo. Era