Piggy volvió a ser el centro de una burla pública, logrando que todos se sintieran alegres
como en oíros tiempos.
Jack se levantó y agitó su lanza.
- Dadles algo de carne.
Los muchachos que sostenían el asador dieron a Ralph y a Piggy suculentos trozos.
Aceptaron, con ansia, el regalo. Se pararon a comer bajo un cielo de plomo que tronaba y
anunciaba la tormenta.
De nuevo agitó Jack su lanza.
- ¿Habéis comido todos bastante?
Aún quedaba comida, dorándose en los asadores de madera, apilada en las verdes
bandejas. Piggy, traicionado por su estómago, tiró un hueso roído a la playa y se agachó
para servirse otro trozo.
Jack habló de nuevo con impaciencia:
- ¿Habéis comido todos bastante?
Su voz indicaba una amenaza, nacida de su orgullo de propietario, y los muchachos se
apresuraron a comer mientras les quedaba tiempo. Al comprobar que el festín tardaría en
acabar, Jack se levantó de su trono de madera y caminó tranquilamente hasta el borde de
la hierba. Escondido tras su pintura, miró a Ralph y a Piggy. Ambos se apartaron un poco,
y Ralph observó la hoguera mientras comía. Advirtió, aunque sin comprenderlo, que las
llamas se hacían ahora visibles contra la oscura luz. La tarde había llegado, no con
tranquila belleza, sino con la amenaza de violencia. Habló Jack:
- Traedme agua.
Henry le llevó un casco de coco y Jack bebió observando a Piggy y a Ralph por encima
del mellado borde. Su fuerza se concentraba en los bultos oscuros de sus antebrazos; la
autoridad se posaba sobre sus hombros y le cuchicheaba como un mono al oído.
- Sentaos todos.
Los muchachos se colocaron en filas sobre la hierba frente a él, pero Ralph y Piggy
permanecieron apartados, en pie, en la suave arena, en un plano algo más bajo. Jack les
ignoró por el momento, volvió su careta hacia los muchachos sentados y les señaló con la
lanza.
- ¿Quién se va a unir a mi tribu? Ralph hizo un movimiento brusco que acabó en un
tropezón. Algunos se volvieron a mirarle.
- Os he dado de comer - dijo Jack -, y mis cazadores os protegerán de la fiera. ¿Quién
quiere unirse a mi tribu?
- Yo soy el jefe - dijo Ralph - porque me elegisteis a mí. Habíamos quedado en
mantener viva una hoguera. Y ahora salís corriendo por un poco de comida...
- ¡Igual que tú! - gritó Jack -. ¡Mira ese hueso que tienes en la mano!
Ralph enrojeció.
- Dije que vosotros erais los cazadores. Ese era vuestro trabajo.
Jack le ignoró de nuevo.
- ¿Quién quiere unirse a mi tribu y divertirse?
- Yo soy el jefe - dijo Ralph con voz temblorosa -.
- ¿Y qué va a pasar con la hoguera? Además, yo tengo la caracola...
- No la has traído aquí - dijo Jack con sorna -. La has olvidado. ¿Te enteras, listo?
Además, en este extremo de la isla la caracola no cuenta...
De repente estalló el trueno. En vez de un estallido amortiguado fue esta vez el ruido
de la explosión en el punto de impacto.
- Aquí también cuenta la caracola - dijo Ralph -, y en toda la isla.
- A ver. demuéstramelo.
Ralph observó las filas de muchachos. No halló en ellos ayuda alguna, y miró a otro
lado, aturdido y sudando.
- La hoguera..., el rescate - murmuró Piggy.