EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 88

- ¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre! ¡Acaba con ella! Cayeron los palos y de la gran boca formada por el nuevo círculo salieron crujidos, y gritó. La fiera estaba de rodillas en el centro, sus brazos doblados sobre la cara. Gritaba, en medio del espantoso ruido, acerca de un cuerpo en la colina. La fiera avanzó con esfuerzo, rompió el círculo y cayó por el empinado borde de la roca a la arena, junto al agua. Inmediatamente, salió el grupo tras ella; los muchachos saltaron la roca, cayeron sobre la fiera, gritaron, golpearon, mordieron, desgarraron. No se oyó palabra alguna y no hubo otro movimiento que el rasgar de dientes y uñas. Se abrieron entonces las nubes y el agua cayó como una cascada. Se precipitó desde la cima de la montaña; destrozó hojas y ramas de los árboles; se vertió como una ducha fría sobre el montón que luchaba en la arena. Al fin, el montón se deshizo y los muchachos se alejaron tambaleándose. Sólo la fiera yacía inmóvil a unos cuantos metros del mar. A pesar de la lluvia, pudieron ver lo pequeña que era. Su sangre comenzaba ya a manchar la arena. Un fuerte viento sesgó la lluvia, haciendo que cayera en cascadas el agua de los árboles del bosque. En la cima de la montaña, el paracaídas se infló y agitó; se deslizó la figura; se incorporó; giró; bajó balanceándose por una vasta extensión de aire húmedo y paseó con movimientos desgarbados sobre las copas de los árboles. Bajando poco a poco, siguió en dirección a la playa, y los muchachos huyeron gritando hacia la oscuridad. El paracaídas impulsó a la figura hacia adelante, surcó con ella la laguna y la arrojó, sobre el arrecife, al mar. A medianoche dejó de llover y las nubes se alejaron. El cielo se pobló una vez más con los increíbles fanalillos de las estrellas. Después, también la brisa se calmó y no hubo otro ruido que el del agua al gotear y chorrear por las grietas y sobre las hojas hasta entrar en la parda tierra de la isla. El aire era fresco, húmedo y transparente; al poco tiempo cesó incluso el sonido del agua. El monstruo yacía acurrucado sobre la pálida playa; las manchas se iban extendiendo muy lentamente. El borde de la laguna se convirtió en una veta fosforescente que avanzaba por instantes al elevarse la gran ola de la marea. El agua transparente reflejaba la claridad del cielo y las constelaciones, resplandecientes y angulosas. La línea fosforescente se curvaba sobre los guijarros y los granos de arena; retenía a cada uno en un círculo de tensión, para de improviso acogerlos con un murmullo imperceptible y proseguir su recorrido. A lo largo de la playa, en las aguas someras, la progresiva claridad se hallaba poblada de extrañas criaturas minúsculas con cuerpos bañados por la luna y ojos chispeantes. Aquí y allá aparecía algún guijarro de mayor tamaño, aferrado a su propio espacio y cubierto de una capa de perlas. La marea llenaba los hoyos formados en la arena por la lluvia y lo pulía todo con un baño argentado. Rozó la primera mancha de las que fluían del destrozado cuerpo y las extrañas criaturas del mar formaron un reguero móvil de luz al concentrarse en su borde. El agua avanzó aún más y puso brillo en la áspera melena de Simón. La línea de su mejilla se iluminó de plata y la curva del hombro se hizo mármol esculpido. Las extrañas criaturas del cortejo, con sus ojos chispeantes y rastros de vapor, se animaron en torno a la cabeza. El cuerpo se alzó sobre la arena apenas un centímetro y una burbuja de aire escapó de la boca con un chasquido húmedo. Luego giró suavemente en el agua. En algún lugar, sobre la oscurecida curva del mundo, el sol y la luna tiraban de la membrana de agua del planeta terrestre, levemente hinchada en uno de sus lados, sosteniéndola mientras la sólida bola giraba. Siguió avanzando Ja gran ola de la marea a lo largo de la isla y el agua se elevó. Suavemente, orlado de inquisitivas y brillantes criaturas, convertido en una forma de plata bajo las inmóviles constelaciones, el cuerpo muerto de Simón se alejó mar adentro. Piggy observó atentamente la figura que se aproximaba. Había descubierto que a veces veía mejor si se quitaba las gafas y aplicaba su única lente al otro ojo. Pero