- La hoguera es lo más importante de todo. Sin ella no nos van a rescatar. A mí
también me gustaría pintarme el cuerpo como los guerreros y ser un salvaje, pero
tenemos que mantener esa hoguera encendida. Es la cosa más importante de la isla,
porque, porque...
De nuevo tuvo que hacer una pausa; la duda y el asombro llenaron el silencio.
Piggy le murmuró rápidamente:
- El rescate.
- Ah, sí. Sin una hoguera no van a poder rescatarnos. Así que nos tenemos que quedar
junto al fuego y hacer que eche humo.
Cuando dejó de hablar todos permanecieron en silencio. Después de tantos discursos
brillantes escuchados en aquel mismo lugar, los comentarios de Ralph les parecieron
torpes, incluso a los pequeños. Por fin, Bill tendió las manos hacia la caracola.
- Ahora que no podemos tener la hoguera allá arriba... porque es imposible tenerla allá
arriba... vamos a necesitar más gente para que se ocupe de ella. ¿Por qué no vamos a
ese festín y les decimos que lo del fuego es mucho trabajo para nosotros solos? Y,
además, salir a cazar y todas esas cosas... ser salvajes, quiero decir... debe ser
estupendo.
Samyeric cogieron la caracola.
- Bill tiene razón, debe ser estupendo... y nos han invitado...
-...a un festín...
-...con carne...
-...recién asada...
-...ya me gustaría un poco de carne... Ralph levantó la mano.
- ¿Y quién dice que nosotros no podemos tener nuestra propia carne?
Los mellizos se miraron. Bill respondió:
- No queremos meternos en la jungla.
Ralph hizo una mueca.
- El sí se mete, ya lo sabéis.
- Es un cazador. Todos ellos son cazadores. Eso es otra cosa.
Nadie habló en seguida, hasta que Piggy, mirando a la arena, dijo entre dientes:
- Carne...
Los pequeños, sentados, pensaban seriamente en la carne y la sentían ya en sus
bocas. Los cañonazos reso naron de nuevo sobre ellos y las copas de las palmeras
repiquetearon bajo un repentino soplo de aire cálido.
- Eres un niño tonto - dijo el Señor de las Moscas -. No eres más que un niño tonto e
ignorante.
Simón movió su lengua hinchada, pero nada dijo.
- ¿No estás de acuerdo? - dijo el Señor de las Moscas -. ¿No es verdad que eres un
niño tonto? Simón le respondió con la misma voz silenciosa.
- Bien - dijo el Señor de las Moscas -, entonces, ¿por qué no te vas a jugar con los
demás? Creen que estás chiflado. Tu no quieres que Ralph piense eso de tí, ¿verdad?
Quieres mucho a Ralph, ¿no es cierto? Y a Piggy y a Jack.
Simon tenía la cabeza ligeramente alzada. Sus ojos no podían apartarse: frente a él, en
el espacio, pendía el Señor de las Moscas.
- ¿Qué haces aquí solo? ¿No te doy miedo? Simón tembló.
- No hay nadie que te pueda ayudar. Solamente yo. Y yo soy la Fiera.
Los labios de Simón, con esfuerzo, lograron pronunciar palabras perceptibles.
- Cabeza de cerdo en un palo.
- ¡Qué ilusión, pensar que la Fiera era algo que se podía cazar, matar! - dijo la cabeza.
Durante unos momentos, el bosque y todos los demás lugares apenas discernibles
resonaron con la parodia de una risa -. Tú lo sabías, ¿verdad? ¿Que soy parte de ti?