- Va a llover a cántaros.
- ¿Qué vamos a hacer con la hoguera?
Ralph salió brincando hacia el bosque y regresó con una gran brazada de follaje, que
arrojó al fuego. La rama crujió, las hojas se rizaron y el humo amarillento se extendió.
Piggy trazó un garabato en la arena con los dedos.
- Lo que pasa es que no tenemos bastante gente para mantener un fuego. A Samyeric
hay que darles el mismo turno. Siempre lo hacen todo juntos...
- ¡Claro!
- Sí, pero eso no es justo. ¿Es que no lo entiendes? Debían hacer dos turnos distintos.
Ralph reflexionó y lo entendió. Le molestaba comprobar que apenas reflexionaba como
las personas mayores, y suspiró de nuevo. La isla cada vez estaba peor.
Piggy miró al fuego.
- Pronto vamos a necesitar otra rama verde. Ralph rodó al otro costado.
- Piggy, ¿qué vamos a hacer?
- Pues arreglárnoslas sin ellos.
- Pero... la hoguera.
Ceñudo, contempló el negro y blanco desorden en que yacían las puntas no calcinadas
de las ramas. Intentó ser más preciso:
- Estoy asustado.
Vio que Piggy alzaba los ojos y continuó como pudo.
- Pero no de Ja fiera..., bueno también tengo miedo de eso. Pero es que nadie se da
cuenta de lo del fuego. Si alguien te arroja una cuerda cuando te estás ahogando..., si un
médico te dice que te tomes esto porque si no te mueres..., lo harías, ¿verdad?
- Pues claro que sí.
- ¿Es que no lo entienden? ¿No se dan cuenta que sin una señal de humo nos
moriremos aquí? ¡Mira eso!
Una ola de aire caliente tembló sobre la ceniza, pero sin despedir la más ligera huella
de humo.
- No podemos mantener viva ni una sola hoguera. Y a ellos ni les importa. Y lo peor es
que... - clavó los ojos en el rostro sudoroso de Piggy - lo peor es que a mí tampoco me
importa a veces. Suponte que yo me vuelva como los otros, que no me importe. ¿Qué
sería de nosotros?
Piggy, profundamente afligido, se quitó las gafas