- ¿Ves algo?
- Ahí...
Delante de ellos, sólo a unos tres metros de distancia, vieron un bulto que parecía una
roca, pero en un lugar donde no debía haber roca alguna. Ralph oyó un ligero rechinar
que procedía de alguna parte, quizá de su propia boca. Se armó de determinación, fundió
su temor y repulsión en odio y se levantó. Avanzó dos pasos con torpes pies.
Detrás de ellos, la cinta de luna se había ya levantado del horizonte; ante ellos, algo
que se asemejaba a un simio enorme dormitaba sentado, la cabeza entre las rodillas. En
aquel momento se levantó viento en el bosque, hubo un revuelo en la oscuridad y aquel
ser levantó la cabeza, mostrándoles la ruina de un rostro.
Ralph se encontró atravesando con gigantescas zancadas el suelo de ceniza; oyó los
gritos de otros seres y sus brincos y afrontó lo imposible en la oscura pendiente.
Segundos después, la montaña quedaba desierta, salvo los tres palos abandonados y
aquella cosa que se inclinaba en una reverencia.
Piggy, con evidente malestar, apartó los ojos de la playa, que empezaba a reflejar la luz
pálida del alba, y los alzó hacia la sombría montaña.
- ¿Estás seguro? ¿De verdad estás seguro?
- No sé cuántas veces te lo tengo que repetir - dijo Ralph -. La vimos.
- ¿Crees que estamos a salvo aquí abajo?
- ¿Cómo demonios lo voy a saber yo?
Ralph se apartó bruscamente y avanzó unos pasos por la playa. Jack, arrodillado, se
entretenía en dibujar con el dedo índice círculos en la arena. La voz de Piggy les llegó en
un susurro:
- ¿Estás seguro? ¿De verdad?
- Sube tú a verla - dijo Jack desdeñosamente -, y hasta nunca.
- Más quisieras.
- La fiera tiene dientes - dijo Ralph - y unos ojos negros muy grandes.
Tembló violentamente. Piggy se quitó las gafas y limpió su única lente.
- ¿Qué vamos a hacer?
Ralph se volvió hacia la plataforma. La caracola brillaba entre los árboles como un
borujo blanco, en el lugar mismo por donde aparecería el sol.
Se echó hacia atrás las greñas.
- No lo sé.
Recordó la huida aterrorizada, ladera abajo.
- No creo que nos atrevamos jamá