EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 70

- Estad bien atentos, porque puede haberme seguido. Una lluvia de ceniza cayó en torno a ellos. Jack se incorporó. - Vi algo que se hinchaba, en la montaña. - Te lo imaginarías - dijo Ralph con voz trémula -, porque no hay nada que se hinche. No hay seres así. Habló Roger y ambos se sobresaltaron porque se habían olvidado de él. - Las ranas. Jack rió tontamente y se estremeció. - Menuda rana. Y, además, oí un ruido. Algo que hacía ¡paf! Y entonces se infló la cosa esa. Ralph se sorprendió a sí mismo, no tanto por la calidad de su voz, que no temblaba, sino por la bravata que llevaba su invitación: - Vamos a echar un vistazo. Ralph, por primera vez desde que conocía a Jack, le vio dudar: - ¿Ahora...? Su voz habló por él. - Pues claro. Se levantó y comenzó a andar sobre las crujientes cenizas hacia la sombría altura, seguido por los otros dos. Ante el silencio de su voz física, la voz íntima de la razón y otras voces se hicieron escuchar. Piggy le llamó crío. Otra voz le decía que no fuese loco; y la oscuridad y la arriesgada empresa daban a la noche el carácter irreal que adquieren las cosas desde el sillón del dentista. Al llegar a la última cuesta, Jack y Roger se acercaron y dejaron de ser dos manchas de tinta para convertirse en figuras discernibles. Se detuvieron por común acuerdo y se apretaron uno junto al otro. Tras ellos, en el horizonte, destacaba un trozo de cielo más claro, donde surgiría la luna de un momento a otro. Rugió el viento en el bosque y los harapos se pegaron a sus cuerpos. Ralph urgió: - Vamos. Avanzaron sigilosamente, Roger algo rezagado. Jack y Ralph cruzaron juntos la cumbre de la montaña. La extensión centelleante de la laguna yacía bajo ellos y más lejos se veía una larga mancha blanca, que era el arrecife. Roger se unió a ellos. Jack murmuró: - Vamos a acercarnos a gatas; a lo mejor está durmiendo. Roger y Ralph avanzaron, mientras Jack se quedaba esa vez atrás, a pesar de sus valientes palabras. Llegaron a la cumbre roma, donde las manos y las rodillas sentían la dureza de la roca. Una criatura que se inflaba. Ralph metió la mano en la fría y suave ceniza de la hoguera y sofocó un grito. Le temblaban la mano y el hombro por aquel inesperado contacto. Unas lucecillas verdes de náuseas aparecieron por un momento y horadaron la oscuridad. Roger estaba detrás de él y Jack tenía la boca pegada a su oreja. - Allí, entre las rocas, donde antes había un hueco. Una especie de bulto... ¿lo ves? La hoguera apagada sopló ceniza a la cara de Ralph. No podía ver ni el hueco ni nada, porque las lucecillas verdes volvían a abrirse y extenderse y la cima de la montaña se iba inclinando hacia un lado. Una vez más volvió a oír el murmullo de Jack, desde muy lejos. - ¿Miedo? No se sentía asustado, sino más bien paralizado; colgado, sin poder moverse, en la cima de una montaña que empequeñecía y oscilaba. Jack se escurrió a un lado; Roger tropezó, se orientó a tientas, mientras sus respiración silbaba, y siguió adelante. Les oyó decirse en voz baja: