EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 43

Jack se puso entonces en pie de un salto, cortó otro gran trozo de carne y lo arrojó a los pies de Simón. - ¡Come! ¡Maldito seas! Miró furibundo a Simón. - ¡Cógelo! Giró sobre sus talones; era el centro de un círculo de asombrados muchachos. - ¡He traído carne para todos! Un sinfín de inexpresables frustraciones se unieron para dar a su furia una fuerza elemental y avasalladora. - Me pinté la cara..., me acerqué hasta ellos. Ahora coméis... todos... y yo... Lentamente, el silencio en la montaña se fue haciendo tan profundo que los chasquidos de la leña y el suave chisporroteo de la carne al fuego se oían con claridad. Jack miró en torno suyo en busca de comprensión, pero tan sólo encontró respeto. Ralph, con las manos repletas de carne, permanecía de pie sobre las cenizas de la antigua hoguera, silencioso. Por fin, Maurice rompió el silencio. Pasó al único tema capaz de reunir de nuevo a la mayoría de los muchachos. - ¿Dónde encontrasteis el jabalí? Roger señaló hacia el lado hostil. - Estaban allí..., junto al mar. Jack, que había recobrado la tranquilidad, no podía soportar que alguien relatase su propia hazaña. Le interrumpió rápido: - Nos fuimos cada uno por un lado. Yo me acerqué a gatas. Ninguna de las lanzas se le quedaba clavada porque no llevaban puntas. Se escapó con un ruido espantoso... - Luego se volvió y se metió en el círculo; estaba sangrando... Todos hablaban a la vez, con alivio y animación. - Le acorralamos... El primer golpe le había paralizado sus cuartos traseros y por eso les resultó fácil a los muchachos cerrar el círculo, acercarse y golpearle una y otra vez... - Yo le atravesé la garganta... Los mellizos, que aún compartían su idéntica sonrisa, saltaron y comenzaron a correr en redondo uno tras el otro. Los demás se unieron a ellos, imitando los quejidos del cerdo moribundo y gritando: - ¡Dale uno en el cogote! - ¡Un buen estacazo! Después Maurice, imitando al cerdo, corrió gruñendo hasta el centro; los cazadores, aún en círculo, fingieron golpearle. Cantaban a la vez que bailaban. - ¡Mata al jabalí! ¡Córtale el cuello! ¡Pártele el cráneo! Ralph les contemplaba con envidia y resentimiento. No dijo nada hasta que decayó la animación y se apagó el canto. - Voy a convocar una asamblea. Uno a uno fueron calmándose todos y se quedaron mirándole. - Con la caracola. Voy a convocar una reunión, aunque tenga que durar hasta la noche. Abajo, en la plataforma. En cuanto la haga sonar. Ahora mismo. Dio la vuelta y se alejó montaña abajo. La marea subía y sólo quedaba una estrecha faja de playa firme entre el agua y el área blanca y pedregosa que bordeaba la terraza de palmeras. Ralph escogió la playa firme como camino porque necesitaba pensar, y aquél era el único lugar donde sus pies podían moverse libremente sin tener él que vigilarlos. De súbito, al pasar junto al agua, se sintió sobrecogido. Advirtió que al fin se explicaba por qué era tan desalentadora aquella vida, en la que cada camino resultaba una improvisación y había que gastar la mayor parte del tiempo en vigilar cada paso que uno daba. Se detuvo frente a la faja de playa, y, al recordar el entusiasmo de la primera exploración, que ahora parecía pertenecer a una