Pero los labios de Ralph se negaban a pronunciarla. Le indignaba que Jack añadiese
aquel truco verbal a su mal comportamiento. La hoguera estaba apagada; el barco se
había ido. ¿Es que no se daban cuenta? Fue cólera y no nobleza lo que salió de su
garganta.
- Esa fue una jugada sucia.
Permanecieron todos callados en la cima de la montaña; por los ojos de Jack pasó de
nuevo aquella violenta ráfaga.
La palabra final de Ralph fue un murmullo sin elegancia:
- Bueno, encended la hoguera.
Disminuyó la tirantez al hallarse frente a una actividad positiva. Ralph no dijo más; no
se movió, observaba la ceniza a sus pies. Jack se mostraba activo y excitado. Daba
órdenes, cantaba, silbaba, lanzaba comentarios al silencioso Ralph; comentarios que no
requer ían contestación alguna y no podían, por tanto, provocar un desaire; pero Ralph
seguía en silencio. Nadie, ni siquiera Jack, se atrevió a pedirle que se apartase a un lado
y acabaron por hacer la hoguera a dos metros del antiguo emplazamiento, en un lugar
menos apropiado. Confirmaba así Ralph su caudillaje, y no podría haber elegido modo
más eficaz si se lo hubiese propuesto. Jack se encontraba impotente ante aquel arma tan
indefinible, pero tan eficaz, y sin saber por qué se encolerizó. Cuando la pila quedó
formada, ambos se hallaban ya separados por una alta barrera.
Preparada la leña surgió una nueva crisis. Jack no tenía con qué encenderla, y
entonces, para su sorpresa, Ralph se acercó a Piggy y le quitó las gafas. Ni el mismo
Ralph supo cómo se había roto el lazo que le había unido a Jack y cómo había ido a
prenderse en otro lugar.
- Ahora te las traigo.
- Voy contigo.
Piggy, aislado en un mar de colores sin sentido, se colocó detrás de Ralph, mientras
éste se arrodillaba para enfocar el brillante punto. En cuanto se encendió la hoguera,
Piggy alargó sus manos y asió las gafas.
Ante aquellas flores violetas, rojas y amarillas, tan maravillosamente atractivas, se
derritió todo resto de aspereza. Se transformaron en un círculo de muchachos alrededor
de la fogata en un campamento, y hasta Piggy y Ralph sintieron su atractivo. Pronto
salieron algunos muchachos cuesta abajo en busca de más leña, mientras Jack se
encargaba de descuartizar el cerdo. Intentaron sostener la res entera sobre el fuego,
colgada de una estaca, pero esta ardió antes de que el cerdo se asara. Acabaron por
cortar trozos de carne y mantenerlos sobre las llamas atravesados con palos, y aun así
los muchachos se asaban casi tanto como la carne.
A Ralph se le hacía la boca agua. Tenía toda la intención de rehusar la carne, pero su
pobre régimen de fruta y nueces, con algún que otro cangrejo o pescado, le instaba a no
oponer ninguna resistencia.
Aceptó un trozo medio crudo de carne y lo devoró como un lobo.
Piggy, no menos deseoso que Ralph, exclamó:
- ¿Es que a mí no me vais a dar?
Jack había pensado dejarle en la duda, como una muestra de su autoridad, pero Piggy,
al anunciarle la omisión, hacía necesaria una crueldad mayor.
- Tú no cazaste.
- Ni tampoco Ralph - dijo Piggy quejoso -, ni Simón.
Luego, añadió: - No hay ni media pizca de carne en un cangrejo.
Ralph se movió disgustado. Simón, sentado entre los mellizos y Piggy, se limpió la
boca y deslizó su trozo de carne sobre las rocas, junto a Piggy, que se abalanzó sobre él.
Los mellizos se rieron y Simón agachó la cabeza sonrojado.