Uno de los cazadores más jóvenes comenzó a sollozar. La triste realidad comenzaba a
invadirles a todos. Jack se puso rojo mientras hundía en el jabalí el cuchillo.
- Era demasiado trabajo. Necesitábamos a todos. Ralph se adelantó.
- Te podías haber llevado a todos cuando acabásemos los refugios. Pero tú tenías que
cazar...
- Necesitábamos carne.
Jack se irguió al decir aquello, con su cuchillo ensangrentado en la mano. Los dos
muchachos se miraron cara a cara. Allí estaba el mundo deslumbrante de la caza, la
táctica, la destreza y la alegría salvaje; y allí estaba también el mundo de las añoranzas y
el sentido común desconcertado. Jack se pasó el cuchillo a la mano izquierda y se
manchó de sangre la frente al apartarse el pelo pegajoso.
Piggy empezó de nuevo:
- ¿Por qué has dejado que se apague el fuego? Dijiste que te ibas a ocupar del humo...
Esas palabras de Piggy y los sollozos solidarios de algunos de los cazadores
arrastraron a Jack a la violencia. Aquella mirada suya que parecía dispararse volvió a sus
ojos azules. Dio un paso, y al verse por fin capaz de golpear a alguien, lanzó un puñetazo
al estómago de Piggy. Cayó éste sentado, con un quejido. Jack permanecía erguido ante
él y, con voz llena de rencor por la humillación, dijo:
- ¿Conque sí, eh, gordo?
Ralph dio un paso hacia delante y Jack golpeó a Piggy en la cabeza.
Las gafas de Piggy volaron por el aire y tintinearon en las rocas. Piggy gritó
aterrorizado:
- ¡Mis gafas!
Buscó a gatas y a tientas por las rocas; Simón, que se había adelantado, las encontró.
Las pasiones giraban con espantosas alas en torno a Simón, sobre la cima de la
montaña.
- Se ha roto uno de los lados.
Piggy le arrebató las gafas y se las puso. Miró a Jack con aversión.
- No puedo estar sin las gafas estas. Ahora sólo tengo
un ojo. Tú vas a ver...
Jack iba a lanzarse contra Piggy, pero éste se escabulló hasta esconderse detrás de
una gran roca. Sacó la cabeza por encima y miró enfurecido a Jack a través de su único
cristal, centelleante.
- Ahora sólo tengo un ojo. Tú vas a ver... Jack imitó sus quejidos y su huida a gatas.
- ¡Tú vas a ver...!, ¡Ahhh...!
Piggy y aquella parodia resultaban tan cómicos que los cazadores se echaron a reír.
Jack se sintió alentado. Siguió a gatas hacia él, dando tumbos, y la risa creció hasta
convertirse en un vendaval de histeria. Ralph sintió que se le contraían los labios a pesar
suyo. Se irritó contra sí mismo por ceder de aquel modo y murmuró:
- Fue una jugada sucia.
Jack abandonó sus escarceos y puesto en pie se enfrentó con Ralph. Sus palabras
salieron con un grito:
- ¡Bueno, bueno!
Miró a Piggy, a los cazadores, a Ralph.
- Lo siento. Lo de la hoguera, quiero decir. Ya está. Quiero... Se irguió:
-... Quiero disculparme.
El susurro que salió de las bocas de los cazadores estaba lleno de admiración por
aquel noble gesto. Evidentemente, ellos pensaban que Jack había hecho lo que era
debido, había logrado enmendar su falta con una disculpa generosa y, a la vez,
confusamente, pensaban que había puesto a Ralph ahora en evidencia. Esperaban oír
una respuesta noble, tal como correspondía.