Los tres intentaron trasmitir a los demás la sensación de aquella cosa rosada y viva
que luchaba entre las lianas.
- Vimos...
- Chillando...
- Se escapó...
- Y no me dio tiempo a matarle... pero... ¡la próxima vez!
Jack clavó la navaja en un tronco y miró a su alrededor con cara de desafío.
La reunión recobró la tranquilidad.
- Como veis - dijo Ralph -, necesitamos cazadores para que nos consigan carne. Y otra
cosa.
Levantó la caracola de sus rodillas y observó en torno suyo aquellas caras quemadas
por el sol.
- No hay gente mayor. Tendremos que cuidarnos nosotros mismos.
Hubo un murmullo y el grupo volvió a guardar silencio.
- Y otra cosa. No puede hablar todo el mundo a la vez. Habrá que levantar la mano
como en el colegio.
Sostuvo la caracola frente a su rostro y se asomó por uno de sus bordes.
- Y entonces le daré la caracola.
- ¿La caracola?
- Se llama así esta concha. Daré la caracola a quien le toque hablar. Podrá sostenerla
mientras habla.
- Pero...
- Mira...
- Y nadie podrá interrumpirle. Sólo yo. Jack se había puesto de pie.
- ¡Tendremos reglas! - gritó animado -. ¡Muchísimas! Y cuando alguien no las cumpla...
- ¡Uayy!
- ¡Zas!
- ¡Bong!
- ¡Bam!
Ralph sintió a alguien levantar la caracola de sus rodillas. Cuando se dio cuenta, ya
estaba Piggy de pie, meciendo en sus brazos el gran caracol blanquecino, y el griterío fue
apagándose poco a poco. Jack, todavía de pie, miró perplejo a Ralph, que sonrió y le
señaló el tronco con una palmada. Jack se sentó. Piggy se quitó las gafas y, mientras las
limpiaba con la camisa, miró parpadeante a la asamblea.
- Estáis distrayendo a Ralph. No le dejáis llegar a lo más importante. Se detuvo.
- ¿Sabe alguien que estamos aquí? ¿Eh?
- Lo saben en el aeropuerto.
- El hombre de la trompeta...
- Mi papá.
Piggy se puso las gafas.
- Nadie sabe que estamos aquí - dijo. Estaba más pálido que antes y falto de aliento -.
A lo mejor sabían a dónde íbamos; y a lo mejor, no. Pero no saben dónde estamos
porque no llegamos a donde íbamos a ir.
Les miró fijamente durante unos instantes, luego giró y se sentó. Ralph cogió la
caracola de sus manos.
- Eso es lo que yo iba a decir - siguió -, cuando todos vosotros, cuando todos... -
observó sus caras atentas -. El avión cayó en llamas por los disparos. Nadie sabe dónde
estamos y a lo mejor tenemos que estar aquí mucho tiempo.
Hubo un silencio tan completo que podía oírse el angustioso subir y bajar de la
respiración de Piggy. El sol entraba oblicuamente y doraba media plataforma. Las brisas,
que se habían entretenido en la laguna persiguiéndose la cola, como los gatos, se abrían