EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 20

ahora camino a través de la plataforma en dirección a la selva. Ralph se echó hacia atrás la maraña de pelo rubio que le cubría la frente. - Así que a lo mejor tenemos que estar aquí mucho tiempo. Todos permanecieron callados. De repente, Ralph sonrió. - Pero esta es una isla estupenda. Nosotros... Jack, Simon y yo..., nosotros escalamos la montaña. Es fantástico. Hay comida, y bebida, y... - Rocas... - Flores azules... Piggy, a medio recuperarse, señaló a la caracola que Ralph tenía en sus manos, y Jack y Simón se callaron. Ralph continuó. - Podemos pasarlo bien aquí, mientras esperamos. Hizo un amplio gesto con las manos. - Es como lo que cuentan en los libros. Surgió un clamor. - La Isla del Tesoro... - Golondrinas y Amazonas... - La Isla de Coral... Ralph agitó la caracola. - Es nuestra isla. Es una isla estupenda. Podemos divertirnos muchísimo hasta que los mayores vengan por nosotros. Jack alargó el brazo hacia la caracola. - Hay cerdos - dijo -. Hay comida y agua para bañarnos ahí en ese arroyo pequeño... y de todo. ¿Alguno de vosotros ha encontrado algo más? Devolvió la caracola a Ralph y se sentó. Al parecer, nadie había encontrado nada. Los chicos mayores se fijaron por primera vez en el niño, al tratar éste de resistirse. Un grupo de chiquillos le empujaban hacia delante, pero no quería avanzar. Era un pequeñuelo, de unos seis años, con una mancha de nacimiento morada que cubría un lado de su cara. Estaba de pie ante ellos, combado su cuerpo ahora por la rabiosa luz de la publicidad, y frotaba la hierba con la punta de un pie. Balbuceaba algo y parecía a punto de llorar. Los otros pequeños, hablando en voz baja, pero muy serios, le empujaron hacia Ralph. - Bueno - dijo Ralph - venga de una vez. El niño miró a todos con pánico. - ¡Habla! El pequeño alargó el brazo hacia la caracola y el grupo rompió en carcajadas; rápidamente retiró las manos y rompió a llorar. - ¡Dale la caracola! - gritó Piggy -. ¡Dásela! Por fin, Ralph logró que la cogiese, mas para entonces el golpe de risas había dejado sin voz al niño. Piggy se arrodilló junto a él, con una mano sobre la gran caracola, para escucharle y hacer de intérprete ante la asamblea. - Quiere saber qué vais a hacer con esa serpiente. Ralph se echó a reír y los otros mayores rieron con él. Cada vez se encorvaba más el pequeño. - Cuéntanos cómo era esa serpiente. - Ahora dice que era una fiera. - ¿Una fiera? - Se parecía a una serpiente. Pero grandísima. La vio él. - ¿Dónde? - En el bosque. Las brisas errantes, o tal vez el ocaso del sol, dejaron posarse cierto frescor bajo los árboles. Los muchachos lo advirtieron y se agitaron inquietos. - No puede haber ni fieras salvajes ni tampoco serpientes en una isla de este tamaño - explicó Ralph amablemente -. Sólo se encuentran en países grandes como África o la India. Murmullos, y el serio asentir de las cabezas. - Dice que la bestia vino por la noche.