- ¿Qué cosa?
La chica se sonrojó mientras él se volteaba a verla. Con la mirada clavada en ella cogió un fuerte respiro y le explicó:
- El demorarnos. En el arroyo me tomé más tiempo del necesario, lo sé, pero fue a propósito.
El se hizo hacia atrás, creando una distancia considerable entre su cuerpo y el de ella. Ale se dió cuenta que la noticia no le había alegrado.
- No te pongas así. Quería que pudiéramos estar solos. En el pueblo nunca estamos solos, siempre alguien nos mira o escucha. Quería pasar la noche contigo, solo los dos.
- Ale, para eso no era necesario ponernos en riesgo. Siempre estamos juntos, vivimos en la misma casa…
- He visto como me miras. Hoy en el arroyo también me viste así - la sonrísa coqueta se borró de su rostro y la seriedad lo inundo.
Se acercó lentamente hasta donde él se había retirado. Puso su mano sobre su barba y la acarició.
- Tienes quince años. - No sabía cómo actuar, la deseaba, no lo podía evitar.
- Y tu veinticinco, ¿Y que?
- No está bien.
- No hay nadie aquí para decirnos que está mal.
- Sabes lo que pasaría en el pueblo. Es bastante con que te hayan dejado ser mi compañera a tu edad.
- No me importa.
La tomó de la cara y con sus dedos acarició sus labios. Sus ojos se sumergieron en las dos pepas azules de ella y la besó. La besó como si de eso su vida dependiera. Hace algún tiempo había imaginado ese momento. “Pero está mal”, es lo que