su espada para abrirse camino entre las plantas hasta la casa.
Ya estaban acostumbrados a trabajar así, lo habían hecho por repetidas ocasiones. Desde que él la rescató ella nunca más quiso separarse de su lado. Las primeras semanas ella era capaza de hacer escándalos, gritar, llorar y arañar a quien sea necesario para ir con él cada vez que salía.
Al inicio le parecía que Ale era solo una carga. No quería tener que preocuparse porque esté fuera de peligro mientras hacía sus vueltas. Andrea le había sugerido que la acogiera como su compañera. “No es bueno estar solo allá afuera, entrenala. Háganse un favor los dos”, se lo repetía cada vez que él le pedía que la entretenga para poder irse. “La próxima vez que la vea se lo tendré que agradecer. No estaba tan equivocada después de todo”, pensó mientras abría la puerta y se adentraba en la casa. Estaba oscuro, Ale se prestó a prender su antorcha pero él inmediatamente se lo reprocho. Se le acercó al odio y le susurró: “Todavía no sabemos qué o quién está aquí dentro. Espera”. A ciegas dio vueltas por toda la extensión de la casa. Entró a cada habitación, abrió cada puerta. No se sentía seguro, a pesar de haber revisado la casa, a pesar de estar bajo techo, y aún a pesar de tener paredes que los protegieran, no se sentía seguro. Ale se dió cuenta, lo conocía. Habían estado muchas veces afuera. Tampoco era la primera vez que les tocaba pasar la noche. Nunca buscaban que fuera así, pero les había tocado un par de ocasiones en el pasado. Pero esta vez su cara era diferente, sabía que no le gustaba dormir fuera del pueblo, pero nunca lo