Una vez más, el hombre caminó hasta la orilla del mar.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer está disgustada porque nuestra cabaña se
cae a pedazos. Quiere una casa nueva más cómoda y
confortable.
– Tranquilo, yo haré que ese deseo se cumpla.
– Muchísimas gracias.