El anciano llegó a su casa y se encontró la cocina llena de crujiente y
humeante pan por todas partes. Contra todo pronóstico, su mujer no
estaba contenta en absoluto.
– Ya tienes el pan que pediste… ¿Por qué estás tan enfurruñada?
– Sí, pan ya tenemos, pero en esta cabaña no podemos seguir viviendo.
Hay goteras por todas partes y el frío se cuela por las rendijas. Dile a ese
pez de oro amigo tuyo que nos consiga una casa más decente ¡Es lo
menos que puede hacer por ti ya que le has salvado la vida!