El buen hombre recordó que el pez le había dicho que podía
concederle sus deseos, y ante las quejas continuas de su mujer,
decidió regresar al a orilla.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
La cabecita dorada surgió de las aguas y se quedó mirando al
anciano.
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer quiere pan para comer porque hoy no tenemos nada
que llevarnos a la boca ¿Podrías conseguirme un poco?
– ¡Por supuesto! Vuelve con tu esposa y tendrás pan más que
suficiente para varios días.