Cuando regresó a la cabaña su esposa se enfadó
muchísimo al comprobar que se presentaba con las
manos vacías, pero su ira creció todavía más cuando el
pescador le contó que en realidad había pescado un
pez de oro y lo había dejado en libertad.
– No me puedo creer lo que me estás contando… ¿Tú
sabes lo que vale un pez de oro? ¡Nos habrían dado una
fortuna por él! Al menos podías haberle pedido algo a
cambio, aunque fuera un poco de pan para comer.