El pez de oro El pez de oro | Page 11

Casi se le salen los ojos de las órbitas al llegar a su casa y encontrarse una mansión rodeada de jardines repletos de plantas exóticas y hermosas fuentes de agua. – Madre mía… ¡qué barbaridad! Esto es digno de un rey y no de un pobre pescador como yo. Entró y el interior le pareció fastuoso: muebles de caoba, finísimos jarrones chinos, cortinas de terciopelo, vajillas de plata… ¡Todo era tan deslumbrante que no sabía ni a dónde mirar! Creía que lo había visto todo cuando su mujer apareció ataviada con un vestido de tul rosa, y enjoyada de arriba abajo. No venía sola sino seguida de tres doncellas y tres lacayos. – ¡Esto es increíble! ¡Jamás había visto una casa tan grande y tan bonita! ¡Y tú, querida, estás impresionantemente guapa y elegante!… Imagino que ahora sí estarás satisfecha… ¡Hasta tenemos criados! Con aires de emperatriz, la anciana contestó: – ¡No, no es suficiente! ¿Todavía no te has dado cuenta de lo importante que sería capturar ese pez y tenerlo siempre a nuestra disposición? Podríamos pedirle lo que nos diera la gana a cualquier hora del día o de la noche ¡Lo tendríamos todo al alcance de la mano! ¡La ambición de la mujer no tenía límites! Antes de que el pobre pescador dijera algo, sacó a relucir el plan que había maquinado para hacerse con el pececito de oro. – Atraparlo es difícil, así que lo mejor será ir por las buenas. Ve al mar y dile al pez de oro que quiero ser la reina del mar. – ¿Tú… reina del mar? ¿Para qué? – ¡Que no te enteras de nada, zoquete! Todos los seres que viven en el mar han de obedecer a su reina sin rechistar. Yo, como reina, le obligaría a vivir aquí. – ¡Pero yo no puedo pedirle eso! – ¡Claro que puedes, así que lárgate a la playa ahora mismo! O consigues el cargo de reina del mar para mí o no vuelves a entrar en esta casa ¿Te queda claro?