Dio tal portazo que el marido, atemorizado, salió corriendo y llegó hasta la orilla una vez
más. Con mucha vergüenza llamó al pez.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer insiste en seguir pidiendo ¡Ahora quiere ser la reina del mar para ordenarte
que vivas en nuestra casa y trabajes para ella!
El pez se quedó en silencio ¡Esa mujer había llegado demasiado lejos! No sólo estaba
abusando de él sino que encima lo tomaba por tonto. Miró con pena al anciano y de
un salto en profundidades se sumergió las del mar.
– Pececito de oro, quiero hablar contigo ¡Sal a la superficie, por favor!
Desgraciadamente el pez había perdido la paciencia y no volvió a asomarse.