El patito feo
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-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene
muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que
hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el
tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario,
por eso no salió tan bello como los otros.
Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.
-De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será
muy fuerte y se abrirá camino en la vida.
-Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan
como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de
anguila, pueden traérmela sin pena.
Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que
había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió
más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.
-¡Qué feo es! -decían.
Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por
ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue
encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre
patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y
porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.
Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El
pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo
maltrataban de vez en cuando y le decían:
-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!
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