El patito feo
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corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden
con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.
Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos
familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue
a parar al estómago del gato.
-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a
ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas
piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana
pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre
española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja
atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto
como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos,
los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los
patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es.
Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!
Todos obedeci eron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con
desprecio y exclamaron en alta voz:
-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos
también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.
Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.
-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.
-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no
quedará más remedio que despachurrarlo.
-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son
muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras
hacerlo de nuevo.
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