el paraíso, comparado con todo eso, y encima, el GPS
que no paraba de decir: “zona de peligro”.
A pesar de eso, el lugar era muy agradable: tenía una
canchita de fútbol. Esperamos mucho, y en esa espera –
quizás no tan “dulce espera”- vimos desfilar chicos y
chicas de todas las edades. No puedo explicarles lo que
fue eso: se te partía el corazón de verlos, tantos chicos sin
hogar, era hasta difícil mirarlos a los ojos, y comprender la
realidad tan distinta que debían vivir. Algunos tenían 14
años y hacía cinco que estaban ahí, nadie “los elegía”, y
yo pensaba, “pobres, por la edad que tienen, va ser muy
difícil que consigan papás”. Ojalá me equivoque.
Entre todos estos chicos, vimos uno que nos miraba,
medio chuequito. Por lo bajo, le dije a Hela, “es él”, y así
fue. La directora del hogar nos dijo que si no estábamos
seguros que nos fuéramos, porque había personas que
estaban con los chicos y después de dos días no
aparecían nunca más. Fueron días muy fuertes, muchas
historias de vida que nos contaron, muy tristes. Y en el
medio, esos chicos a los que nadie iba a buscar.
Primero tuvimos un periodo de adaptación: Lauti vino a
casa, silencioso, observador, por unas horas, y después,
de vuelta al hogar. Ese día hicimos dos horas para llegar al
hospicio, dos horas para llevarlo de vuelta a casa, dos