El cuidador que es hábil tendrá la posibilidad de encontrar significado en los hallazgos, de mantener un vínculo significativo, de hacer actividades de una forma armónica, de tomar las decisiones pertinentes para determinar el curso de la acción y poder conducir de manera honrosa su actividad. El cuidador hábil es capaz de comprender que él y la persona a su cargo son en todo momento seres trascendentes y totales que pertenecen a un contexto con el cual interactúan, que tienen una historia individual y una historia compartida y que tienen capacidad de desarrollarse en la acción de cuidar. Muchos de ellos, a través de esta experiencia, dan sentido a su vida y, a pesar de la limitación, se reconocen como una extensión mutua, admitiendo en cada uno una identidad propia y aceptando con humildad la condición humana. Esta habilidad se refleja mediante el compromiso, la presencia auténtica, la responsabilidad, el crecimiento mutuo y la motivación hacia el cuidado.
La experiencia de cuidado varía con el género; la mujer, por su naturaleza, comprende y entiende el cuidado como una situación del diario vivir. Ella cuida de sus hijos, de sus padres, de quienes le rodean. Tiende a ser detallista y observadora, y de manera casi instintiva busca, en la mayor parte de los casos, preservar la vida. La mujer entiende con familiaridad aspectos de las situaciones de enfermedad, de los problemas diarios y de la conservación del entorno. El hombre, por el contrario, busca ser planificador, organizado y responsable, es más práctico y, en ese sentido, participa y colabora en el cuidado mirando otros aspectos que las mujeres en algunos momentos no valoran. Estos aspectos han sido documentados en nuestro contexto en cuidadores de niños con fibrosis quística y en otros contextos con poblaciones de diferentes edades
La experiencia de cuidado compromete, de manera sustancial, la calidad de vida de todos los cuidadores –hombres, mujeres, mayores o menores– de la persona con enfermedad. Aunque algunos autores señalan patrones culturales que intervienen en el cuidado, en casi todas las culturas se refleja que la familia ha evolucionado. Al cuidar de personas de generaciones diferentes y por largo tiempo, esta evolución genera problemas. Las personas se sienten más seguras con costumbres o imaginarios anteriores, que en algunos casos alteran de manera importante la adaptación. No es parte habitual de nuestro aprendizaje comprender que los roles son finitos, vemos entonces situaciones en que la madre se está muriendo y quiere desempeñar aún las funciones del hogar, y el padre no acepta ser sustituido en sus labores, ni acepta, en muchos casos, el proceso de envejecimiento o la dependencia de sus hijos. Para los hijos tampoco es fácil cambiar de ser controlados a ejercer el control.