El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 94
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Igual suerte no iban a tener los heroicos sajones setecientos sesenta años después frente
a un enemigo abrumadoramente superior y que abrigaba hacia ellos una intolerancia irracional
semejante a la que Amílcar Barca experimentaba por los tartesios. Por supuesto que, atrás de
esa intolerancia de Carlomagno, hay que ver, igual que en el caso de Amílcar, la mano de los
Golen, la necesidad, implantada artificialmente en la mente de aquellos Generales, de cumplir
la sentencia de exterminio. El pecado de los Sajones era éste: ocuparon el bosque y se
entregaron con tal empeño a realizar su misión, que impidieron durante siglos que los Golen
pudiesen acercarse al Extersteine; pero lo más grave era que grabaron los trece más tres
signos rúnicos del Alfabeto Sagrado en la Columna Irminsul, y le incrustaron en su centro la
Piedra de Venus, en rememoración del Ojo Único de Wothan que miraba al Mundo del Gran
Engaño desde el Árbol del Terror. La repulsión que los Sajones experimentaban hacia los
Sacerdotes Golen, su rechazo irreversible al judeocristianismo, su fidelidad al Pacto de Sangre
y a la Sabiduría Hiperbórea, su defensa encarnizada de la plaza de Teutoburger Wald, y su
negativa a entregar la Piedra de Venus, eran motivos más que suficientes para decretar el
exterminio de la Casa Real Sajona, especialmente en ese momento en que el poder de los
Golen estaba en su apogeo.
Sólo así se explica la sanguinaria persistencia de Carlomagno, que durante treinta años
combatió sin tregua a los Sajones, pueblo cultural y militarmente inferior a los francos y que si
resistió tanto fue por el indómito Valor que el Espíritu hacía brotar de su Sangre Pura. En el
año 772, las tropas del nuevo Perseo caen sobre Teutoburger Wald y, luego de encarnizada
lucha, logran tomar el Extersteine y entregarlo a los Sacerdotes benedictinos Golen para su
“purificación”: estos no tardan nada en destruir la Columna Irminsul y robar la Piedra de Venus,
condenando desde entonces a los Sajones a la oscuridad de la confusión estratégica, a la
desorientación sobre el Origen. No obstante el botín conquistado, faltaba cumplir la sentencia
de los Golen: en el 783, en Verden, Carlomagno, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo,
haría decapitar a cinco mil Nobles Sajones, cuya Sangre Pura consumaría en el Sacrificio
ritual la unidad del Dios Creador Jehová Satanás. Tras una posterior resistencia sin
esperanzas, por parte del único jefe rebelde sobreviviente, Wittikind, los Sajones terminaron
por aceptar el judeo cristianismo, como tantos otros pueblos en similares circunstancias, y se
integraron al Reino Franco.
Carlomagno moría en Aquisgrán, en el año 814, pero ya en el 800 había recibido del Papa
León III la consagración como Emperador Romano, justo pago para quien tanto sirviera a la
Iglesia y a la causa de la Orden benedictina. Le sucede como Emperador su hijo Ludovico Pío,
a quien sus contemporáneos apodaron “el Piadoso” y “el Monje”, por su dedicación a la Iglesia
y su p reocupación por poner definitivamente a los monjes francos bajo el poder de la Orden
benedictina. Apenas tres años después de su coronación imperial concreta ese anhelo de los
Golen en el Sínodo de Aquisgrán del año 817, en el que se acuerda imponer la Regla
benedictina a todos los monasterios de los dominios francos, es decir, a lo que pronto sería el
Imperio Romano Germano: parte de España, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia, Frisia,
Italia, etc.
Con la sanción de aquella ley imperial, el poder de la Orden quedó consolidado lo
suficiente como para que los Golen no pensaran en otra cosa, los siguientes doscientos
setenta años, que en llevar a la perfección el Colegio de Constructores de Templos. En los
doscientos años precedentes acumularon el Conocimiento de las Ciencias; ahora pasarían a la
práctica, formarían Gremios de Constructores compuestos de logias de aprendices,
compañeros y maestros masones; y tales logias serían laicas, integradas por gente del pueblo,
pero dirigidas secretamente por la Orden, que va a ser quien posea el Plano y las Claves del
Templo. También haría falta disponer de una Clave Final, un Secreto que permitiría a los
Golen llevar su obra a la máxima perfección. Pero los Golen, y por Ellos la Orden benedictina,
contaban con la Palabra de la Fraternidad Blanca de que tal Secreto les sería confiado cuando
su misión europea estuviese a punto de concluir. Aquel Secreto, aquella Clave de las claves,
consistía en las Tablas de la Ley de Jehová Satanás, las que el Dios Creador entregó a
Moisés en el monte Sinaí y que posibilitaron luego a Hiram, Rey de Tiro, construir el Templo de
Salomón, el Templo de los templos: en ellas estaba grabado, mediante un Alfabeto Sagrado
de veintidós signos, el Secreto de la Serpiente, es decir, el Más Alto Conocimiento que le es
permitido alcanzar al animal hombre, las Palabras con las que el Dios Uno nombró a todas las
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