El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 494

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Todos los kâulikas, por el contrario, tenían sus puñales, cimitarras, y carcajes con las cincuenta flechas. Por lo demás, ni comida, ni agua, ni pertrechos de ninguna clase, salvo lo que llevábamos encima en el momento de huir de la nefasta cañada. Eran pocas cosas, muy pocas si hubiésemos estado mucho más perdidos en el Tíbet; resultaron suficientes para llegar a Sining-Fu. Ateridos de frío, desde el amanecer marchamos paralelamente al río Sining-Ho. Von Grossen nos sorprendió a todos al extraer del interior de su chaqueta el portacartas de lona y desplegar un mapa de la región Oeste de la China. Y de sus bolsillos, cual inagotables cajas de Pandora, surgieron la inseparable brújula, una regla escalimétrica plegable, y un compás; elementos inútiles, salvo la brújula y el mapa. Antes de partir, hice un túmulo de piedras y sepulté al infortunado perro daiva. No tenía por costumbre orar, pero en esa ocasión me concentré unos minutos y elevé mi Yo a la esfera de los Dioses, empleando el Scrotra Krâm para conseguir que Ellos me escuchasen: entonces me dirigí a Wothan, a él personalmente, y le solicité un vaso de Hidromiel por la hazaña de Heinz, Hans, y Kloster. ¡Sí, le dije a los Dioses: esta vez Ellos deberían brindar por esos tres guerreros de la Alemania Eterna, recibirlos como Héroes en el Valhala; y, de ser posible, tendrían que hacerle lugar al perro daiva, al perro de Shiva que transportaba a los guerreros volando como Vâyu, el Viento! Originado en los sistemas más meridionales de Nan Chan, el Sining-Ho desciende hacia el Sur y desagua en el Tatung-Ho, luego de pasar bajo el puente de la Gran Muralla y bañar los muros de la ciudad de Sining: el Tatung-Ho, por su parte, continúa hacia el S.E. y tributa sus aguas al Hoang Ho o Río Amarillo en la confluencia de Lan Cheu. Alrededor del mediodía, llegamos a una pequeña aldea fortificada y rodeada de rudimentarios cultivos: ¡era Hwang- yugn, una de las postas del camino Chang-Lam! En la aldea había un Templo budista, varias posadas para peregrinos y comerciantes, y un mercado libre de respetables dimensiones. El caballerizo pertenecía al Círculo Kâula y a su establecimiento nos dirigimos con presteza. Allí nos tranquilizamos, a la vez que tomamos la primera comida caliente en 24 horas. Según su informe, los hombres del Príncipe de Kuku Noor nos buscaron durante algunos días, y al cabo retornaron al Tíbet. Sería difícil que volviesen a menos que alguien los convocase, cosa que no sucedería si obrábamos con prudencia y no nos hacíamos ver. De todos modos, el poder de los tibetanos sublevados llegaba sólo hasta Hwang-yugn, poblado situado del lado Norte de la Gran Muralla, en una región tradicionalmente disputada por mongoles y tibetanos. Pocos kilómetros adelante, tras la Gran Muralla, estaba la provincia china de Kansu y la ciudad de Sining, donde el poder del Círculo Kâula era considerable. Claro que si en Sining-Fu no debíamos temer la persecución de los tibetanos, en cambio tendríamos que evitar vernos envueltos en las continuas revueltas de las enconadas facciones chinas. Por esta vez, la logística y la táctica quedaron en manos de los kâulikas, mejores conocedores del terreno y poseedores de una poderosa infraestructura de apoyo. Su plan, por lo demás, era extremadamente simple: pernoctaríamos en la caballeriza, que se nos antojaba un palacio luego de la noche anterior, y a la mañana el chino y su hijo nos llevarían hasta Sining-Ho ocultos en dos carretas de cuatro bueyes cada una. Los monjes kâulikas nos hicieron saber que planeaban regresar al Tíbet después que nosotros estuviéramos fuera de peligro rumbo a Shanghái. No volverían directamente a Bután pues tratarían de hallar a sus dos compañeros, que habían quedado con los holitas en el Umbral del Valle de los Demonios Inmortales. Aunque no disponían de perros daivas, conocían mucho sobre la magia de los Kilkor y sabían positivamente que el Valle perdido se encontraba en el Oeste, en tierras de la Reina Madre Kuan Yin: sea por el Este, como hicimos nosotros, sea por el Oeste, ellos hallarían la manera de entrar y rescatar a sus Camaradas o, quizás, vengarlos. Luego, si regresaban, se retirarían al Monasterio de Bután, o a algún otro perteneciente al Círculo Kâula, para meditar sobre todo lo ocurrido en aquella aventura. Combatieron codo a codo junto al Shivatulku, fueron guiados al Valle de los Inmortales por los perros daivas, y participaron de su vuelo lung-svipa: eran ciertamente afortunados, los Dioses les habían sonreído, y sólo les quedaba retirarse a meditar y agradecer. Nada podía objetar frente a esa admirable decisión, pero Karl Von Grossen pensaba diferente. Llamó aparte a Srivirya y a Bangi y los calificó de “desertores”. “Su misión, les dijo, 494