El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 491

¨El Misterio de Belicena Villca¨
Capítulo XXXIV
Segundos después recobré la conciencia: ni señales del ensordecedor sonido o de la diabólica centella. Todavía subsistía la luz crepuscular por lo que pude comprobar, sin ninguna duda, que nos hallábamos en un lugar completamente diferente a la cañada donde acampara Schaeffer. De inmediato vino a mi memoria todo lo ocurrido, el ataque del zumbido mortal y la fuga gracias a los perros daivas. ¡ Aún vivía por milagro! ¿ Pero dónde estaba? Porque aquello no era evidentemente Sining sino la orilla de un río, una breve playa al pie de la ladera de un cerro.
Me encontraba sentado en el suelo, sosteniendo aún en las manos las ahora inertes riendas de los perros daivas. A centímetros de mis pies, el río rumoroso entonaba la melodía de la Naturaleza. Un resplandor contra la ladera me mostró a los lopas reuniendo leña y alimentando un improvisado fogón. Karl Von Grossen y Oskar Feil se habían parado y contemplaban la escena en silencio, como atontados. Cuando los ojos del Standartenführer se encontraron con los míos reaccionó: –¡ Von Sübermann: Gott sei dank! ¿ Adónde estamos? ¿ Qué fue de los otros? Me incorporé y le respondí con cruda franqueza: – No lo sé. Ignoro qué lugar es éste. Con seguridad estamos muy lejos del campamento, pero por lo menos seguimos con vida. Porque si de algo estoy convencido es de que quienes no vinieron con nosotros deben haber muerto en la cañada. ¿ Quién podría sobrevivir a ese ataque de los Demonios? ¡ Si hasta los monjes kâulikas, que son expertos en tal clase de Magia Negra, temían morir inevitablemente!
En ese momento los tres recordamos a los monjes y los buscamos con la mirada: estaban los ocho junto al fuego que habían encendido al resguardo de unas enormes rocas, y nos observaban a su vez con tranquilidad. Karl y Oskar se acercaron a ellos. Yo quise hacer lo mismo, pero las riendas me lo impidieron. Con horror descubrí que uno de los dogos había muerto; el otro parado a su lado, emitía periódicos gemidos de dolor.
Si a alguien debía la vida en este mundo, aparte de a mis padres, era a aquellos perros, así que me sentí comprensiblemente conmovido por la pérdida de uno de ellos. Dejé al superviviente continuar con sus lastimosos aullidos, desconsolado réquiem para la pareja ausente, y me aproximé al grupo. Sin cortesía, interpelé a Srivirya:
– ¿ Cómo es que ha muerto uno de los perros daivas? ¿ No me había asegurado el Gurú Visaraga que ambos constituían una pareja arquetípica, la síntesis manifestada de un par de principios opuestos, cuya existencia debía ser necesariamente simultánea? Si eso era cierto ¿ no deberían haber muerto los dos? O, mejor dicho ¿ por qué no están vivos los dos?
– Tened paciencia, Hijo de Shiva – aconsejó compasivamente el monje – y recordad que estos perros son tulpas, creaciones mentales de los Magos del Círculo Kâula. Por lo tanto no están sujetos a las leyes naturales sino a la Voluntad de los Gurúes. Os dije hace unos días que, aunque nuestra Orden conocía el secreto de los perros daivas, jamás se habían proyectado hasta ahora porque no existía un Iniciado que fuese como vos, capaz de controlarlos más allá de Kula y Akula. Por lo tanto, carecíamos de información práctica sobre lo que sucedería al ser realizados por un Shivatulku. Vale decir, que no sabíamos cómo se iban a comportar en esta etapa del Kaly Yuga: la última vez que los perros daivas recorrieron la Tierra fue en la Atlántida, hace miles de años. Evidentemente, esta Época de Hierro ha debilitado de algún modo su Poder de Vuelo y uno de ellos resultó afectado por la Fuerza del Dordje. Pero si no sabíamos cuánto iban a vivir, en cambio os puedo responder por qué uno de ellos ha continuado vivo luego del vuelo lung-svadi: se debe a las leyes particulares que rigen su reproducción.
Vos habéis razonado bien, pero no contemplasteis las leyes de la reproducción. Al ser una pareja perfecta, arquetípicamente equilibrada, los dos canes, en efecto, deberían haber muerto al unísono. Pero la ley de la reproducción establecida por los Gurúes exige que antes de la desintegración, la pareja engendre y dé a luz otro par de perros daivas. El proceso sería, pues, el siguiente: la muerte de uno cualquiera de ellos, significará la automática metamorfosis del otro en un ejemplar andrógino; es como si uno de los principios arquetípicos, que se hallaba manifestado afuera, se incorporase adentro del sobreviviente; y el que viva,
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