El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 391
¨El Misterio de Belicena Villca¨
trayendo momentánea esperanza y consuelo a mis sufrimientos. Me di vuelta y vi que un
anciano de barba blanca, tocado con turbante, se llegaba hacia mí.
–No temas hijo –dijo en árabe el anciano a quien llamaban Naaseno–. Nadie te hará daño
aquí. Tú eres un enviado del Dios Serpiente, Ophis-Lúcifer a quien nosotros servimos. Lo
prueba el Signo que traes marcado para Su Gloria.
Me indicó en gesto afectuoso que permitiera ser tomado en brazos por él, para poder así
“enseñarme la imagen de Dios”. Realmente estaba necesitando un trato afectuoso pues
aquellos fanáticos no reparaban en que Yo era un niño. Abracé al anciano y éste echó a
andar hasta un extremo de la sala –que resultó ser un sótano– adonde se elevaba una
columna en cuyo pedestal brillaba una pequeña escultura de piedra muy pulida. Tenía la forma
de una cobra alzada sobre sí misma con ojos refulgentes, debido quizá a la incrustación de
piedras de un verde más intenso. La imagen me fascinó y la hubiese tocado si el anciano no
retrocede a tiempo.
– ¿Te ha gustado la imagen de Dios, “pequeño enviado”? –dijo el Maestro.
–Sí –respondí sin saber por qué.
–Tú tienes derecho a poseer la joya de la Orden. –Continuó el Maestro mientras hurgaba
en una bolsita de fino cuero que llevaba colgada al cuello.
– ¡Aquí está! –Exclamó el Maestro Naaseno– es la imagen consagrada del Dios Serpiente.
Para obtenerla los hombres pasan duras pruebas que a veces les llevan toda la vida. Tú en
cambio no necesitas pasar ninguna prueba porque eres portador del signo.
Con un afilado puñal que extrajo del cinto, cortó un cordón verde de un manojo que
colgaba en la pared y, ensartando la réplica de plata en un lazo, la colocó en mi cuello. A
continuación me miró a los ojos, de una forma tan intensa que no he podido olvidarlo nunca.
Tampoco olvidé sus palabras, las que pronunció con voz muy fuerte, ritualmente. Me tenía
agarrado con su brazo izquierdo y me elevaba para que fuese visto por todos, mientras con el
índice de la mano derecha señalaba al Dios Serpiente. Dijo esto:
– ¡Iniciados de la Serpiente Liberadora! ¡Seguidores de la Serpiente de Luz Increada!
¡Adoradores de la Serpiente Vengadora! ¡He aquí al Portador del Signo del Origen! ¡Al que
puede comprender con Su Signo a la Serpiente; al que puede obtener la Más Alta
Sabiduría que le es dado conocer al Hombre de Barro! En el interior de este niño Divino, en
el seno del Espíritu eterno, está presente la Señal del Enemigo del Creador y de la Creación,
el Símbolo del Origen de nuestro Dios y de todos los Espíritus prisioneros de la Materia. Y ese
Símbolo del Origen se ha manifestado en el Signo que nosotros, y nadie más, hemos sido
capaces de ver: ¡niño Divino; él podrá comprender a la Serpiente desde adentro! ¡Pero
nosotros, gracias a él, a su Signo liberador, la hemos comprendido afuera, y ya nada podrá
detenernos!
–Sí, Sí ¡Ya podemos partir! –gritaban a coro los desenfrenados Iniciados Ofitas.
Pasaron los minutos y todo se fue calmando en el refugio de la Orden Ofita. Los árabes
estaban entregados a alguna clase de preparativo, y Yo, entusiasmado con el serpentino
obsequio y tranquilizado por el buen trato del Maestro Naaseno, no desconfié cuando éste me
acercó un vaso de refrescante menta. Pocos minutos después caía presa de profundo sopor,
seguramente a causa de un narcótico echado en la bebida.
Cuando desperté estaba con mis padres, en el Sanatorio Británico de El Cairo, junto a un
médico, de blanco guardapolvo, que trataba inútilmente de convencerlos de que Yo
simplemente dormía.
Con el paso de los años, fui reconstruyendo las acciones que llevaron a mi liberación. Al
parecer el Jefe de Policía se movió rápidamente, temiendo que el secuestro de un miembro de
la rica e influyente familia Von Sübermann, concluyera con una purga en el Departamento de
Policía cuya cabeza –sería la primera en rodar– era él. Por intermedio de confidentes,
mendigos, vagos o simples testigos, se enteraron sin lugar a dudas que los autores del
secue