El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 392
¨El Misterio de Belicena Villca¨
de la extraña procesión, tan deseoso de ganar la recompensa que mi familia había ofrecido,
como de evitar las porras policiales, dio los datos de la casa donde entraron los raptores. Esta
fue rodeada por las autoridades, pero, como nadie respondía a los llamados, se procedió a
forzar la puerta, encontrándose con una humilde vivienda, totalmente vacía de gente. Luego
de una prolija inspección, se descubrió, disimulada bajo una alfombra, la puerta trampa que
conducía, mediante una mohosa escalera de piedra, al soterrado templo del Dios Serpiente.
Un espectáculo macabro sorprendió a los presentes pues, tendido sobre un almohadón de
seda, yacía mi cuerpo exánime rodeado de cadáveres con expresión convulsa que, como
último gesto, dirigían los rígidos brazos hacia mí.
Todos los secuestradores habían muerto con veneno de cobra. El Maestro Naaseno y el
ídolo se habían esfumado.
La impresión que recibieron los recién llegados fue muy mala pues pensaron que Yo
también estaba muerto, pero salieron de inmediato de su error y fui transportado al Sanatorio
Británico junto con mis padres.
Aún conservaba colgada del cuello la serpiente de plata, siendo ésta guardada
celosamente por Papá, aunque a veces, años después, me la solía mostrar cuando
recordábamos aquella aventura.
En aquel momento, mientras escuchaba a Papá y Rudolph Hess hablar de los Ofitas,
todos estos sucesos se agolpaban en mi mente.
Me había situado de costado contra la ventana, de manera que sólo podía verlos de reojo
conversar, pero la voz llegaba nítida a mis oídos.
–Esta es la joya de plata –decía Papá– con la imagen de Ophis-Lúcifer. La conservé con
el cordón original; toma, ahora deberás guardarla tú.
Era una revelación extraordinaria, –no pude evitar volverme un poco para ver mejor– pues
Papá nunca dio importancia al pequeño ídolo y Yo, que no comprendía su significado,
tampoco. Incluso hacía años que se había borrado de mi mente.
¡Y resultaba allí que Papá había simulado y restado importancia al asunto, pero en
realidad atribuía cierto valor desconocido al ídolo de plata! Y lo más extraño era que lo hubiese
traído oculto a Alemania, ofreciéndoselo en custodia a Rudolph Hess. Esto para mí no tenía
sentido.
Por otra parte hablaban del Signo como los árabes, ¿qué Signo? Años después del
secuestro, todavía me miraba en el espejo buscando al bendito Signo que había llevado a
aquellos desgraciados a la muerte; y jamás hallé nada anormal. Tampoco sospeché que Papá
creyera en la existencia de aquella señal – ¿o estigma?–.
En mi cabeza un torbellino de ideas giraban desordenadas, mientras distraídamente veía
a Rudolph Hess examinar la serpiente de plata.
De pronto, introduciendo la mano por el escote del rompe vientos, extrajo un cordón que le
rodeaba el cuello. ¡Colgando del mismo había una serpiente de plata, exactamente igual a la
mía!
Rudolph Hess las había reunido en su mano para la contemplación de mi Padre y, luego
de unos minutos, se colocó la suya y guardó la otra en el bolsillo. Instantes después ambos
ingresaban al cálido livingroom sin hacer mención del tema de su conversación precedente.
Esta actitud reservada me convenció de la inconveniencia de abordar de algún modo el
asunto, pues delataría el censurable espionaje cometido. No lo pensé mucho: callaría hasta
tanto no se me hablara directamente, pero me prometí hacer lo imposible para obtener
información sobre el misterioso Signo.
Eran las dos de la mañana y tío Kurt se paró con intención de marcharse a su habitación.
No le reprochaba esa actitud pues había estado hablando varias horas, pero el relato despertó
inquietudes e interrogantes en mi Espíritu, tornándome impaciente y desconsiderado.
–Tío Kurt –dije– es tarde, lo sé y sé también que mañana podremos continuar la charla,
pero de veras necesito que respondas a dos preguntas antes de irte.
–Ja, Ja, Ja, Ja –rió con su terrible carcajada– eres igual que Yo a tu edad: necesitas
obtener respuestas para poder vivir. Es como una sed. Te comprendo Neffe ¿qué quieres
saber?
–Sólo dos cosas –dije–. Primero: ¿Hay posibilidad que ese Signo que los árabes veían en
ti, sea igual al que Belicena Villca vio en mí?
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