El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 390
¨El Misterio de Belicena Villca¨
varias cuadras de la Tienda atraído inocentemente por el bullicio del “Mercado Negro”, barrio
laberíntico de miserables puestos callejeros y refugio seguro de mendigos y delincuentes de
poca monta.
Ese día la marea humana era densa por las callejuelas estrechas en las que la distancia
entre dos puestos de ventas apenas dejaba un pasillo al tránsito peatonal. Alfarería, frutas,
alfombras, animales, de todo lo imaginable se vendía allí y ante cada mercadería se detenían
mis ojos curiosos. No tenía miedo pues no me había alejado mucho y sería fácil volver o que
me hallara Mamá.
Siguiendo una callejuela fui a dar a una amplia plaza empedrada, con fuente de surtidor,
en la que desembocaban infinidad de calles y callejuelas que sólo el irregular trazado de esos
Barrios de El Cairo puede justificar. Estaban allí cientos de vendedores, vagos, pordioseros y
mujeres con el rostro cubierto por el chador, que recogían agua en cántaros de barro cocido.
Me acerqué a la fuente tratando de orientarme, sin reparar en un grupo de árabes que
rodeaban cantando a un encantador de serpientes. Este espectáculo es muy común en Egipto
por lo que no me hubiera llamado la atención, a no ser por el hecho inusual de que al verme,
los árabes fueron bajando el tono del canto hasta callar por completo. Al principio no me
percaté de esto pues el encantador continuaba tocando la flauta en tanto los ojos verdes de la
cobra, hipnotizada por la música, parecían mirarme sólo a mí. De pronto el flautista se sumó
también al grupo de silenciosos árabes y Yo, comprendiendo que algo anormal ocurría, uno
tras otro daba prudentes pasos atrás.
El hechizo se rompió cuando uno de ellos, dando un alarido espantoso, gritó en árabe –
¡El Signo! mientras me señalaba torpemente. Fue como una señal. Todos a la vez gritaban
exaltados y corrían hacia mí con la descubierta intención de capturarme.
Se produjo un terrible revuelo pues siendo Yo un niño, corría entre la muchedumbre con
mayor velocidad, en tanto que mis perseguidores se veían entorpecidos por diversos
obstáculos, los que eliminaban por el expeditivo sistema de arrojar al suelo cuanto se les
cruzara en sus caminos. Por suerte era grande el gentío y muchos testigos del episodio
pudieron informar luego a la Policía.
La persecución no duró mucho pues el fanatismo frenético que animaba a aquellos
hombres multiplicaba sus fuerzas, en tanto que las mías se consumían rápidamente.
Inicialmente tomé por una calle pletórica de mercaderes, escapando en sentido contrario
al empleado para llegar a la plaza, pero a las pocas cuadras, intentando esquivar una multitud
de vendedores y clientes, me introduje en un callejón. Este