¨El Misterio de Belicena Villca¨
– Sí taufpate 18 Rudolph, – respondí alborozado – eso es lo que quiero. Mi mayor ambición es ingresar a la Escuela NAPOLA. – Esa sí que es una gran ambición – dijo Rudolph Hess – veremos qué podemos hacer. En ese momento entró Ilse Prohl de Hess a quien Papá no conocía pero que luego de hechas las presentaciones, parecía ser una amiga de toda la vida. Esto se debía a que Ilse era una mujer sencilla y enérgica, pero dueña de una gran amabilidad. Antigua militante nacionalsocialista estaba alejada de la política desde su casamiento con Hess en 1927 y manifestaba, a poco de estar hablando con nosotros, el deseo de tener hijos, que Dios parecía negar. – Recién cinco años después, nacería el único hijo de Rudolph Hess, Wolf, pero esa es otra historia –.
Pasamos una semana en Berchtesgaden durante la cual Rudolph, Ilse y Papá intimaron en varias ocasiones, cuando ellos no iban a Haus Wachenfeld a ver al Führer que por otra parte se hallaba asediado por Goering y otros miembros del partido.
En esas veladas, cuando Papá y los Hess intercambiaban recuerdos y anécdotas, Yo solía interrogar durante horas al oficial de la encargado de la custodia. Según mi criterio de aquellos días, no existía una meta más digna de los esfuerzos de un joven alemán, que llegar a pertenecer al cuerpo de Elite de la.
Un día, de los primeros que pasamos en Berchtesgaden, Papá y Rudolph se retiraron para hablar a una galería exterior, ubicada sobre una ladera y protegida por una baranda que rodeaba la casa. Normalmente no hubiera hecho caso de ellos, pero algo en los gestos, un tono de cuchicheo en la conversación, me alertó sobre la posibilidad de que estuvieran hablando de mí.
Pensé que se referían al ingreso a la Escuela NAPOLA y una ansiedad creciente me ganó. No pudiendo resistir la tentación – delito imperdonable diría mi padre – hice algo repudiable: los espié.
Disimulando estar parado contra una ventana que se abría en las proximidades de Papá y Rudolph Hess, traté de escuchar su conversación, que efectivamente se desenvolvía en torno al tema de mi persona. Pero no versaba sobre el ingreso a la Escuela NAPOLA, sino sobre una cuestión que me llenó de estupor. –... Puedes dejarme a Kurt entonces – decía Rudolph – ¿ le hablaste del Signo? – No lo creí conveniente – respondió Papá –. Además no sabría explicarle con la suficiente profundidad ese Misterio. Tú sabes más que Yo de estas cosas; eres el más indicado para hablar con él.
Movía la cabeza afirmativamente Rudolph Hess mientras en su rostro se mantenía esbozada esa sonrisa tímida tan característica de su persona.
– Esperemos unos años; – dijo Rudolph Hess – si es que Kurt no pregunta antes. ¿ Nunca ha sospechado nada? ¿ No ha sido protagonista de algún suceso anormal?
– No, Rudolph, salvo el asunto de los Ofitas, que ya te conté en mis cartas, no le ocurrió nada extraño después, e incluso parece haberlo olvidado, o por lo menos, el recuerdo no le afecta.
En este punto de la conversación entre Rudolph Hess y mi padre poco era lo que yo entendía, pero al mencionar a los Ofitas un increíble episodio de la niñez vino a mi memoria instantáneamente. ¡ Cuando tenía unos diez u once años fui víctima de un secuestro! No era un secuestro criminal con el fin de cobrar rescate, sino un rapto perpetrado por fanáticos de la Orden Ofita que sólo duró unas horas hasta que la Policía, merced a los datos que aportó un soplón profesional, pudo desbaratarlo.
Capítulo VIII
Las cosas sucedieron así: mis padres habían viajado hasta El Cairo – el Ingenio familiar dista unos kilómetros de esta ciudad – con el objeto de hacer compras. Mientras Mamá se entretenía en las vastas dependencias de la Tienda Inglesa Yo, ávido de travesuras, me fui deslizando con mucho disimulo hacia la calle. Un momento después corría a
18 Taufpate: Padrino.
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