¨El Misterio de Belicena Villca¨
Si no he entendido mal, ¿ Tratarás de hallar una Orden esotérica que presumiblemente existiría en Córdoba, una Orden de Constructores Sabios, una Orden dedicada al estudio de la Sabiduría Hiperbórea? Asentí con un gesto. – Pues bien, Neffe: Yo estoy en condiciones de afirmar que muy posiblemente dispongo de noticias precisas sobre dicha Orden. Y no sólo sobre ella sino sobre el misterioso Iniciado que la ha fundado.
Aquello era lo último que hubiese esperado escuchar y, nuevamente, los labios permanecieron sellados mientras en la mente los interrogantes se formaban a gran velocidad. Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar: – ¡ Te lo probaré! – dijo, mientras desataba un paquete que había traído disimulado en su campera. Indudablemente tío Kurt no tenía intenciones de referirse a ese asunto, a menos que mi impaciencia lo obligase, y por eso había ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no lo habría mostrado en ese momento.
Al concluir, quedó entre sus manos un libro de voluminoso aspecto, cubierto con gruesas tapas forradas en tela roja. Sosteniéndolo frente a mis ojos, lo abrió y quedó al descubierto la primera hoja; en ella se anunciaba en primer término, el título de la obra y el nombre del autor:“ Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea” por“ Nimrod de Rosario”. Más abajo, una inscripción daba indicios sobre la filiación del libro:“ Orden de Caballeros Tirodal de la República Argentina”.
Cuando hube leído aquellas escuetas frases, tío Kurt dio vuelta a la hoja y me señaló una“ Carta a los Elegidos” que se hallaba inserta a modo de prólogo; al final de la misma, tres hojas después, se encontraba la firma del autor, Nimrod de Rosario, y la siguiente indicación:“ Córdoba, Agosto de 1979”.
– ¡ Seis meses! – Exclamé – ¡ Sólo seis meses que fue publicado! ¿ Cómo, tío Kurt, cómo Demonios llegó a tus manos?
– Ja, Ja. No precisamente por voluntad del Demonio sino a mi buen amigo Oskar, quien falleció hace sólo tres meses y se llevó el secreto a la tumba. – Aquí se puso serio, al notar el desencanto en mi rostro –. Sé que esta parte de la noticia no va a causarte ningún agrado, pero es preferible que conozcas de entrada la verdad.
Oskar, de quien te hablaré más adelante, se hallaba como Yo refugiado en la Argentina desde 1947. Al igual que con tus padres y otros Camaradas, solía encontrarme con él un par de veces por año: luego de esos encuentros secretos cada uno regresaba a sus tareas habituales. Ni cartas, ni teléfono, nada nos debía vincular si es que deseábamos continuar libres. A mí, ya se sabía que me perseguía una organización secreta cuyas órdenes decían sin dudar“ ejecutar donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo buscaban“ oficialmente” para ser juzgado por“ crímenes de guerra”, y el reclamo lo hacía la Unión Soviética, puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero Oskar, que pasaba por inmigrante italiano con el nombre de“ Domingo Pietratesta”, había contraído matrimonio en la Argentina y tenía una hermosa familia a la que se debía proteger por sobre todas las cosas: en su caso no cabía ni pensar la posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por eso extremábamos las precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que tampoco podíamos dejar de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no sólo desde la guerra, sino desde muchos años antes, desde la época en que juntos cursáramos la Escuela
– Ah, Oskar, Oskar, – suspiró tío Kurt –. Un amigo para más de una vida. Una compañía para conquistar Cielos e Infiernos, un Camarada para la Eternidad. – ¿ P, pero él murió? – dije balbuceando, para traer a tío Kurt a la realidad. Se quedó un instante en silencio. Al fin pareció reparar en mí, y continuó con su relato. – Sí, Neffe. Oskar falleció hace cuatro meses; de“ muerte natural”, según todas las versiones, pero no se me oculta que pudo haber sido asesinado: sea de su muerte lo que fuere, su esposa jamás denunciaría públicamente la verdad. El futuro de los tres hijos de Oskar la obligaría a morderse los labios antes de hablar. De manera que ignoro con certeza lo que ocurrió ya que, por obvias razones, no podré acercarme a su familia hasta pasado un tiempo más bien largo; un año o más.
¡ Pero vayamos a lo tuyo, Arturo! – dijo con energía, luego de suspirar profundamente, como despidiéndose de su amigo muerto –. Hace unos dieciocho meses, más o menos, nos
378