El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 373
¨El Misterio de Belicena Villca¨
¿Por qué esta seguridad? porque él había golpeado con mucha fuerza; según sus
palabras; la suficiente como para matar al intruso. Esta violencia se debía a que tío Kurt
esperaba un atentado, un ataque de un momento a otro.
Tenía motivos para creer en ello, como se verá, y la mala fortuna –u otra causa– quiso que
Yo tuviese la malograda idea de efectuar la sospechosa visita nocturna.
En un primer momento, luego de cerciorarse que no había más intrusos, tío Kurt me
arrastró hasta la casa y se entregó a la tarea de revisar los bolsillos en busca de armas y
elementos de identificación. Con la sorpresa que es de suponer, halló la Cruz de Hierro –su
condecoración–, la carta de Mamá y los documentos y carnets que probaban debidamente mi
identidad.
Según tío Kurt, se hubiera suicidado allí mismo si no fuera que inexplicablemente Yo aún
respiraba. Su primera reacción fue buscar ayuda, pero, consciente de lo irregular de la
situación, decidió ser sumamente cauto a fin de evitar la intervención policial. Por este mismo
motivo, resultaría inconveniente recurrir a un médico desconocido que podría ponerlo en
aprietos.
Debo aclarar que tío Kurt no se había casado, por lo que vivía solo en la Sala, asistido por
un matrimonio de viejos y fieles indios, los que habitaban una pequeña casa contigua. Aparte
de los nombrados nunca moraban allí menos de diez peones –para atender las vides y la
pequeña fábrica de dulces y arrope– pero éstos ocupaban una barraca alejada treinta metros
de la Sala y no eran dignos de confianza.
Al viejo mayordomo, de nombre José Tolaba, llamó tío Kurt desesperado golpeando la
ventana de su pieza.
–Pepe, Pepe.
–Sí Don Cerino –contestó el viejo con presteza.
–Ven pronto Pepe. Ha ocurrido una desgracia –gritó Kurt.
Aunque solamente nombró al viejo, cinco minutos después aparecían Pepe y su mujer
pues por el tono del llamado, supusieron que algo grave pasaba.
La vieja Juana se santiguaba constantemente mientras tío Kurt y Pepe, trasladaban mi
cuerpo exánime hasta un sofá del livingroom ya que los dormitorios se encontraban en el piso
superior, escalera mediante.
Perdí un poco de sangre por un profundo tajo a la altura del occipucio, pero lo más
impresionante era sin duda, la forma en que los perros me destrozaron los antebrazos. Tío
Kurt dejó a los viejos para que lavaran las heridas y me cuidaran y partió en busca del Ampej
Palacios.
Sacó del garaje un flamante jeep Toyota –adquirido en tiempos de la “plata dulce”– y
partió velozmente, notando al salir la presencia del Ford a pocos metros del portón.
La hora era intempestiva para buscar a cualquier médico, pero no para el Ampej Palacios.
Este personaje que no es de ficción pero merecería serlo, es un médico indio
mundialmente famoso por su dominio de la kinesioterapia. Ya viejo en estos años, aún atiende
su humilde consultorio sin ser molestado por nadie, pues su prestigio es tan grande como la
fortuna que amasó gracias a las dádivas que generosos como acaudalados pacientes fueron
depositando en sus manos. El Ampej Palacios, ha hecho caminar a hombres y mujeres
paralizados por años, ha hecho mover cuellos tan tiesos como un obelisco y ha enderezado
tantas columnas vertebrales desahuciadas por traumatólogos de todo el mundo, que resultaría
difícil de creer si no existieran para probarlo los libros de firmas.
Estos libros son una segunda fuente turística para Santa María, pues allí hay firmas y
notas de gente, de todo el mundo, que llegó hasta el Ampej Palacios a buscar una esperanza.
Ricos y pobres, curas y médicos, nobles y plebeyos, todos han firmado sus libros para
testimoniar la sabiduría del Ampej. Aquí no hay magia ni hechicería sino pura y simplemente
Sabiduría Antigua que dinastías de Ampej diaguitas han conservado y transmitido de padres a
hijos. Hoy los hijos de Ampej Palacios son Médicos graduados en la Universidad de Salta y
especializados en: ¡Traumatología! Siguen así la tradición familiar y practican con éxito un
conocimiento miles de años más antiguo que la Ciencia materialista de Occidente.
Acompañado por el Ampej Palacios, volvió tío Kurt media hora más tarde. Este, que es un
viejo corpulento de gruesos mostachos blancos y manos tan grandes como una alpargata
Nº12, se entregó a revisar mi cabeza y brazos.
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