¨El Misterio de Belicena Villca¨
muy penoso, realizado por reflejo al recobrar el conocimiento. No obstante su fugacidad, resultó suficiente para alertar a la persona que se hallaba sentada hacia la derecha de la cama, en un ángulo tal que me impidió percibir su presencia desde un primer momento. Era un hombre enorme, de mirada aguda y voz estruendosa, el que se acercaba hacia mí con gesto preocupado y... vociferando. Más viejo que como lo recordaba desde aquella noche en mi niñez, no había cambiado mucho sin embargo: ¡ era sin dudas tío Kurt! Su semblante se mostraba abatido y su voz penosa, diciendo incoherencias: – Eres mi único sobrino y casi te he matado. ¡ He derramado mi propia sangre! Una maldición ha caído sobre mí. Oh Dios, mi fin está cercano ¿ por qué añades esta desgracia a mis sufrimientos?...
Te pondrás bien Arturo, hijo mío, – continuaba tío Kurt con voz dolorida – te repondrás. El Ampej Palacios te ha revisado y asegura que pronto mejorarás ¿ cómo podrás perdonarme, criatura?...
Seguía tío Kurt farfullando sin parar sus quejas y disculpas mientras mantenía clavada en mí esa potente mirada azul.
Envuelto en un sopor creciente, haciendo esfuerzos por coordinar las ideas, reconocí en el rostro crispado de mi interlocutor las facciones conocidas de mi madre.
Como atontado lo miraba fijamente buscando algo para decir, cuando claramente escuché el canino sonido de un gruñido. Llegó a mis oídos procedentes de afuera de la casa y tuvo la virtud de lograr que los recuerdos se agolparan en la mente. Lo último que vi y sentí cuando exploraba la finca de tío Kurt se hizo presente como una avalancha arrolladora.
– ¿ Q... ué, qué eran? – balbuceé, tratando de contener el temblor que me sacudía todo el cuerpo. En el rostro de tío Kurt se pintó un interrogante. – ¿ Cómo? – preguntó desconcertado. – La... las fieras – dije haciendo un esfuerzo pues sentía la lengua hinchada y dormida. – Ah, los dogos, – cayó en la cuenta tío Kurt –. Son perros; perros del Tíbet. Animales muy particulares, auténticos perros. Quizás la única especie que merezca ese nombre. Son animales extraordinarios, capaces de recibir un adiestramiento semihumano. – Involuntariamente abrí los ojos horrorizado y tío Kurt al notarlo se disculpó afligido:
– Lo que ha ocurrido contigo es un accidente. Un incomprensible accidente del cual sólo Yo soy culpable. Los dogos te atacaron porque Yo lo ordené. ¡ Oh Dios, sólo Yo soy responsable del más grande crimen! ¡ He derramado mi propia sangre!...
Comenzó tío Kurt a repetir las incoherencias anteriores mientras Yo iba cayendo suavemente en la inconsciencia. Los ojos se me cerraban escuchando a quien había venido a visitar con tanta ilusión, transformado en personaje de una tragedia griega, ¡ por mi imprudencia e imprevisión!
De pronto Yo también me sentí culpable; el corazón se me estrujó; intenté decir alguna disculpa pero una salvadora penumbra eclipsó mi conciencia, sumiéndome en un sueño profundo.
Trataré de abreviar los detalles de mi infortunada intromisión en la vida de tío Kurt. Será una concesión en favor de otros datos que deseo poner a disposición del lector, para la mejor interpretación de esta extraña historia. Pues si a alguien se le ocurrió pensar que todo cuanto me había pasado hasta allí era más que suficiente para cubrir una cuota de hechos misteriosos, le diré que está equivocado por mucho. A esta aventura le faltaban partes importantes, diría que recién comenzaba, y si las“ casualidades” notables me habían perseguido hasta entonces, lo que vendría después no le estaba a la zaga. Porque tío Kurt tenía una historia para contar. Una historia tan extraña e insólita que considerada en sí misma resultaba increíble; pero que Yo debía tomar con bastante respeto, ya que“ esa” historia era parte de“ mi” propia historia.
Pero no nos adelantemos. El día que abrí los ojos, y vi por segunda vez en mi vida a tío Kurt, era el siguiente a la noche de mi desafortunada incursión por la finca. Hacía unas quince horas que permanecía inconsciente ante la desesperación de tío Kurt, que temía haberme producido una lesión cerebral grave.
El golpe, asestado con la culata de una pistola Luger, había sido contundente y, según tío Kurt, debía agradecer la salvación a la anormal dureza del cráneo o a un milagro.
372