El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 363
¨El Misterio de Belicena Villca¨
como el que Yo emprendía, por Provincias o regiones de extrema pobreza, conviene llevar
siempre regalos comestibles. Un litro de buen Torrontés o unos alfajores pueden abrir puertas
imposibles, controles fronterizos y salvar toda clase de dificultades.
Entré a Cafayate y luego de realizar algunas compras en una casa de artículos regionales,
estacioné frente a la Plaza Libertad para almorzar en un restaurante que prometía desde una
pizarra “Menú del día: Empanadas y Picante de Pollo”.
Capítulo X
A las 14,30 Hrs. me hallaba nuevamente en camino, rodeando el arroyo De las Conchas y
dispuesto a emprender la segunda parte del viaje a Santa María.
La tierra estaba suelta pues al parecer hacía tiempo que no llovía y el viento era lo
suficientemente fuerte como para que este trayecto fuera por demás lento.
Dos horas después sólo había recorrido 70 Km. y me aprestaba a cruzar por el medio el
pueblo Colalao del Valle pues el camino se continuaba por la calle principal. Este pueblo se
encuentra en la Provincia de Tucumán, a mitad del camino que atraviesa la cuña geográfica
que un mal trazado de límites legó al mapa actual. Tiene unas veinte cuadras de largo por
cuatro o cinco de ancho. Mientras lo atravesaba observaba el mismo síndrome que se
manifiesta en mil pueblos y caseríos del Norte Argentino: la decadencia.
La pobreza es un mal endémico en estas, paradójicamente, ricas Provincias, olvidadas por
el centralismo burocrático de la Megápolis Buenos Aires y por la desidia o impotencia de los
gobernantes locales que suelen tener las manos atadas por un federalismo inexistente más
allá de los discursos oficiales.
La pobreza es un mal que duele. Pero más castiga ver la decadencia; esto es: contemplar
lo que ayer fue espléndido ejemplo transformado hoy en censurable visión.
Mientras rodaba el automóvil la calle de tierra, miraba las casas de estilo colonial español,
que hoy son sombras de lo que fueron en pasados días de esplendor. Caricaturas crueles de
la esperanza y la fe de sus constructores.
–Quienes edificaron estas casas –pensaba compungido– creyeron en la Argentina,
tuvieron fe en América.
El derrumbe inexorable de ellas es la contundente respuesta a esas ilusiones.
Se veía que ese pueblo, como tantos otros, evolucionó hasta un apogeo que deberá
situarse en 50 o más años atrás, y luego sobrevino un período de decadencia durante el cual
no se levantó una pared, ni siquiera se pegó un ladrillo. Ventanas clausuradas años ha, al
podrirse los marcos de madera; paredes desconchadas y leprosas; frentes roídos por mil
inclemencias del tiempo y del Alma.
La decadencia de una comunidad urbana, de su arquitectura, es un retroceso que
indefectiblemente se implanta en el Alma de los pobladores. Y allí estaban ellos, mirándome
pasar con ese aire ausente, con esa contemplativa indiferencia tan característica de la
América Indígena.
Porque en ellos se veía descarnadamente la decadencia; en esos niños en pata que me
espiaban detrás de una esquina; en esos ojillos oscuros y achinados que me miraban
candorosos al ofrecerme la venta