El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 364
¨El Misterio de Belicena Villca¨
beatíficamente, creían realmente en ella. Se les reemplazó a las Razas americanas su
milenaria Cultura, dinamizada por la acción de Grandes Mitos, por la Cultura materialista
europea, carente de espiritualidad y trascendencia. Y la religión de América, que conservaba
el recuerdo de los Dioses Blancos, fue prohibida en favor de la Doctrina racionalista del
catolicismo: en adelante los nativos tendrían que glorificar la historia bíblica del Pueblo
Elegido, adorar a un Dios-hebreo-crucificado del que jamás habían oído hablar, y quedarían
fuera de la discusión teológica porque la nueva religión ya llegaba terminada, acabada en su
fundamentación filosófica. Si allá, en la ignota Nicea, un Concilio había decidido que Dios era
triple ¿qué podrían decir aquí los recientemente paganos sometidos? Y los que estaban aquí
¿acaso sabían qué significaba el Dogma católico? No; éstos mataban y saqueaban en
nombre del Dogma católico que nadie comprendía ni nadie se preocuparía en explicar. Pero
la riqueza se acabaría. Finalmente llegaría el tiempo de crear nueva riqueza, de hacer producir
objetos culturales a aquellos imperios evangelizados. Y entonces, en ese mismo momento,
comenzaría la decadencia. La Iglesia medraría con la conquista de América destruyendo
sistemáticamente todo vestigio del origen atlante de las grandes civilizaciones, toda prueba
sobre la naturaleza extraterrestre del Espíritu del hombre. Y el español, enloquecido tal como
lo profetizara la Gran Madre Binah a Quiblón, derramaría de manera pareja la sangre y el
semen sobre los pueblos nativos. De ese Holocausto de Agua saldrían “los Hijos del Horror”, la
población mestiza de América, hombres como los que ahora veía al pasar por sus poblados
decadentes. Hombres culturalmente indiferentes; que se muestran decididos a no hacer nada.
Si no viene un gringo con fe en algo, y vuelve a levantar casas y poblados, ellos no lo harán. Y
todo caerá, al suelo, a pedazos, –venganza pueril, pero efectiva– como cayeron sus Culturas
ayer y como caerá mañana el Alma de Occidente si se empeña en continuar divorciada de la
sangre de América.
Al pasar por Fuerte Quemado, no pude menos que recordar que en aquel sitio acampara
Diego de Rojas cuatro siglos antes, cuando marchaba en persecución de Lito de Tharsis. Él no
había podido localizar el Pucará de Tharsy, a pesar de internarse en Tafí del Valle durante
meses. Empero, ¿Yo lo lograría? Creía que sí; que las indicaciones de Belicena Villca eran
muy precisas y conseguiría llegar hasta la Chacra; y que entrevistaría al indio Segundo, el
insólito descendiente del Pueblo de la Luna. Y el optimismo no me había abandonado al llegar
a Santa María.
Al cruzar el puente sobre el Río Santa María, miré el reloj: las siete y media de la tarde.
Había tardado cinco horas desde Cafayate y ya estaba anocheciendo. A pesar de mi
impaciencia por llegar cuanto antes a la casa de tío Kurt, había decidido esperar la noche para
cumplir con las promesas a Mamá en cuanto a prudencia y seguridad.
Detuve el coche frente a otra casa de artículos regionales para adquirir los famosos
productos de la zona: el pimentón, el arrope, las uvas pasas y el vino. Luego que hube pagado
la compra me entretuve indagando al vendedor sobre la calle Fray Mamerto Esquiú. Así supe
que iba de Este a Oeste, yendo a morir en el Río Santa María, que es uno de los límites
periféricos de la ciudad y corre de Norte a Sur.
–El número 95 –pensaba– debe estar cerca del río, quizás en la última cuadra.
– ¿Busca a alguien en la calle Esquiú?
A lo mejor puedo ayudarle –me sorprendió con su pregunta el vendedor. ¡Ah la curiosidad
pueblerina! Pero no me dejé impresionar.
–Sí, busco a una vendedora de ponchos –mentí–. En Salta me dieron la dirección
aproximada pues no la recordaban con exactitud.
– ¿Una vendedora de ponchos en la calle Esquiú? Uhm... No, lamentablemente no
conozco a ninguna vendedora de ponchos que viva en la calle Esquiú... Pero, dígame ¿Qué
clase de ponchos busca? Porque Yo tengo un buen surtido. Y a buen precio...
Un rato después salía con mi compra original más un poncho catamarqueño blanco con
guarda incaica.
Elegí para cenar un fondín de segunda pero que, según el vendedor de productos
regionales, preparaba el mejor guiso de conejo del valle Yocavil. No bien me ubiqué en una
mesa apartada, comprobé lo acertado de la elección, pues éste era un lugar frecuentado por
vendedores y viajantes de comercio en el que a nadie sorprendía la presencia de un forastero.
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