El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 360
¨El Misterio de Belicena Villca¨
(Persia, India, Grecia, etc.) han dejado un sedimento de Mitos y Símbolos Sagrados –con más
frecuencia opuestos que coincidentes– a los que sólo un Alma mediocre y malintencionada (un
Pícaro, ¡vamos!) intentaría unir en un sincretismo moderno.
Se advertirá que, durante aquel viaje a Santa María, un sentimiento de feroz crítica cultural
se había instalado en mi corazón y amenazaba con fraccionar y amputar definitivamente los
últimos restos de racionalismo que aún poseía. Me sentía vacío por dentro, pero me hallaba
pronto para aceptar una Verdad que sustituyera toda la “inútil información” enciclopédica que
había asimilado en tantos años de estudio. ¿Qué valor tenía aquel pomposo saber académico
si no me servía para afrontar y resolver las situaciones misteriosas que he narrado, situaciones
que me involucraban metafísicamente? Ninguno. Me hallaba, pues, pronto a desembarazarme
de aquel lastre para recibir la ansiada Verdad. Una Verdad que consistía, y jamás había
estado tan seguro antes de la realidad de una cosa como de este enunciado, en la Sabiduría
Hiperbórea. En efecto: para mí, ahora, la Verdad era la Sabiduría Hiperbórea, cuyos
alcances apenas vislumbraba en la carta de Belicena Villca.
Por momentos me invadía una rabia sorda, que era a su vez un reproche personal, una
especie de reclamo que mi Yo actual, extrañamente trasmutado, realizaba implacablemente al
Dr. Arturo Siegnagel de los años de búsqueda, a mi Yo pasado, que tan ingenuamente había
creído que el progreso era una consecuencia lógica de la educación. En una época había
aceptado, casi sin pensar, que una ley de evolución permitía al Alma expandirse a partir de
ciertas pautas de vida. Creía que “seguir determinadas reglas de rectitud moral” y afrontar la
vida con un criterio positivo redundaría inevitablemente en un bien interior. –Sí. Esa era la
clave del progreso. Viviría de acuerdo a una “filosofía trascendente”, adoptaría un “modo de
vida” religioso, a la manera de los orientales, y, en el devenir de la búsqueda, de la instrucción,
de la ascesis, el progreso, inevitablemente, sobrevendría por “evolución”–. Esa había sido
mi elección y ahora, al comprender que todo el razonamiento estaba errado, que nada había
ganado tras tantos años de disciplinación y sacrificios inútiles, sentía cómo la rabia me invadía
y cómo, también, un reproche impotente me arrancaba gemidos desolados.
Y que todo el razonamiento estaba errado se desprendía claramente de la carta de
Belicena Villca. La ley de evolución existía y regía, y facilitaba, el progreso del Alma creada, y
de todo ente creado, de acuerdo al Plan del Dios Creador. Pero nada tenía que ver tal ley, y
ningún “progreso” se obtendría por su intervención, con el Espíritu Increado. Recordaba con
horror las palabras del Inmortal Birsa: “el Alma del hombre de barro, creada luego del
Principio, comenzó a evolucionar hacia la Perfección Final”. Al parecer, aquella evolución
“era muy lenta” y los Dioses Traidores, para acelerarla, realizaron la prodigiosa e infernal
“hazaña” de encadenar el Espíritu Increado al animal hombre u “hombre de barro”: toda la
Raza Hiperbórea, que era Increada, que procedía de “fuera del Universo creado”, del mismo
Mundo de donde viniera el Creador, quedó entonces ligada a la evolución del animal hombre
y a la evolución en general, al progreso en el Tiempo inmanente del Mundo. Según la
Sabiduría Hiperbórea, el Espíritu debía liberarse del encadenamiento a la materia evolutiva,
aislarse de la ley de evolución, y emprender el Regreso al Origen. Allí estaba la Verdad
buscada. De cierto que mi Espíritu se agitaba por efecto de una intuición certera: esa Verdad,
capaz de brillar para el Espíritu con una Luz Increada e inextinguible, debería ser
conquistada en una lucha de dimensiones sobrehumanas, durante la que sería
necesario exhibir una determinación inclaudicable.
Que existía un Enemigo, contra el que había que librar semejante lucha, un Enemigo que
“cortaba el camino hacia el Origen”, eso lo sabía con certeza desde la noche del 21 de Enero.
Pero las reflexiones precedentes, y la intuición que he mencionado, me permitían comprender
ahora que los errores pasados provenían de mi debilidad estratégica, de haber cedido
ingenuamente ante la Estrategia enemiga. Y esta Estrategia, que sin dudas afecta a todos los
planos de la actividad humana, y aún las más desconocidas esferas psíquicas, es aplicada en
el campo de la Cultura por intermedio de un Sistema de Control de características colosales.
Al decir de Belicena Villca: “la Cultura es un arma estratégica de la Sinarquía”. Dicho Sistema
de Control es el encargado de fomentar la confusión y el engaño, y era, por lo tanto, el
responsable de la celada en la cual Yo había caído. Porque si Yo fui engañado, si Yo participé
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