El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 348
¨El Misterio de Belicena Villca¨
No hubo víctimas, pero el edificio resultó inexplicablemente dañado en su estructura, por
lo que las autoridades municipales emprendieron, sin resultados, una investigación a la firma
de arquitectos que lo construyó. Al no existir seguros, las pérdidas fueron totales para los
propietarios del Consorcio, entre los que me contaba.
De mis pertenencias poco es lo que pude salvar pues, lo que fue suficientemente fuerte
para sobrevivir el sismo, sucumbió a la caída de los cielorrasos. Entre ello mi coche, que si
bien podría repararse de las múltiples abolladuras, no saldría de la cochera en varios días por
estar obstruida la rampa de entrada.
Había quedado arruinado de la noche a la mañana como Job. Pero sin su famosa
paciencia.
No voy a negar que en un primer momento me ganó la desesperación; cualquiera lo
encontrará comprensible situándose en mi lugar. Luego de la siniestra experiencia narrada,
con el peso de una larga noche sin dormir y la carga del día anterior en que visité al Profesor
Ramírez, había que ser más que fuerte para no ceder y desmoronarse. Pero conforme
pasaron unos días, mi Espíritu fue recobrando su temple habitual, y las cosas comenzaron a
resolverse. Alquilé un Departamento en un barrio cercano y lo amueblé con la ayuda de mi
hermana y algunos amigos. Las cosas que se rompieron, y era imprescindible reponer, las
adquirí echando mano de mis escasos ahorros.
Todos estos arreglos los hacía impulsado por mis seres queridos, quienes en su
solidaridad se preocupaban de mi estado de ánimo abstraído e indiferente. Pensaban –por
desconocer las extrañas circunstancias en que ocurrió el sismo– que el desastre me había
sumido en un shock volitivo.
El razonamiento no era desacertado pues, si bien nunca fui demasiado apegado a los
bienes materiales, la pérdida de cuatro años de trabajo y sacrificios resultaba una prueba
demasiado dolorosa, que en otra ocasión me habría afectado bastante. En ese momento, la
verdad era otra: mi mente, desde el instante que recobré la serenidad, no cesaba de analizar
los momentos vividos. Estando absorbido por el recuerdo de esa noche infernal, se entiende
que apareciese a la vista de los demás como ausente y abatido.
Lejos de estarlo, iba creciendo en mi interior una rabia sorda, un furor ciego que, sin
obnubilarme, parecía más bien que me nutría de fuerza vital y valor. ¡No me echaría atrás!
¡Ahora menos que nunca!
Una semana después de ocurrido el temblor, me hallaba preparado y listo para salir de
viaje. El retraso no afectaba substancialmente mis planes anteriores y por ello, con una
saludable impaciencia juvenil, deseaba largarme cuanto antes.
Era nuevamente lunes; preveía pasar por Cerrillos para despedirme de mis padres y, si
me apuraba a salir, llegaría a tiempo para desayunar con ellos.
Cargué un bolso y un maletín en el maltrecho Ford, finalmente rescatado de entre los
escombros, y partí hacia la aventura.
Capítulo VII
Decir que no era el mismo hombre de siete días atrás sería incorrecto pues, esencialmente,
nada había cambiado en mi interior. Sin embargo Yo no me sentía igual y sabía que jamás
volvería a ser el de antes. –Como Dante, bajé al Infierno y volví –pensaba–. Vivir a partir de
ahora con el recuerdo del Abismo, lógicamente, tiene que ser distinto.
Pero no se trataba sólo de un recuerdo siniestro. Yo buscaba ayuda espiritual y la había
recibido. Cierto que el auxilio llegó en coincidencia con el ataque de las Potencias de la
Materia, simultáneamente con el sismo. Mas eso no le quitaba mérito al hecho sino que lo
dotaba de un particular significado, de un sentido que por el momento no comprendía pero
que luego, durante el viaje a Santa María, absorbería toda mi atención. ¿Qué ocurrió, en
realidad? Pues que Yo había tenido una Visión: la más maravillosa Visión de mi
existencia, que era, a la vez, la ayuda buscada.
Lo sintetizaré cronológicamente. Al parecer, el proceso comenzó realmente cuando tuve
esa intuición de no ser Yo quien sufría y agonizaba, quien padecía el dolor de la extinción de
la vida. Entonces, dije, “todo se trasladó afuera”. En verdad, en ese instante fue patente
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