El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 347

¨El Misterio de Belicena Villca¨ No era Yo quien se lamentaba y gemía emotivamente con una fuerza tal que lo llenaba todo; que atravesaba mis múltiples esferas de percepción y se difundía por la realidad circundante; que disolvía mi conciencia al perder la diferenciación entre sujeto y objeto. Lo curioso fue que al hacer consciente esta intuición, todo se cortó de golpe, en un estallido silencioso y brillante en el que creí distinguir fugazmente un círculo blanco que me rodeaba. Es decir, no todo se cortó, porque ahora la sensación se había trasladado totalmente fuera mío, al Mundo concreto. Yo me sentí de pronto lúcido y alerta, mientras a mí alrededor, los muebles, el piso, las paredes del Departamento, todo parecía irradiar una maldad espantosa y amenazadora. Era algo tenebroso que se inducía epidérmicamente, que se percibía con todo el cuerpo, con cada órgano, con cada átomo. El mismo estado anterior, pero invertido y exacerbado: la soledad cósmica profunda era ahora, pura Presencia; el abandono: un llamado mudo, pero de una violencia irresistible; el reproche del Dios, que parecía tan Divino al brotar de las honduras del Alma, se había convertido en un rugido bestial, obsceno y agraviante. No es posible expresar con palabras lo que viví entonces; sólo puedo dar una pálida idea si digo que esa Fuerza Primordial era vagamente semejante al aliento de una bestia enorme y maligna. Un aliento fétido y ofensivo que brotaba de todas las cosas, que eran a su vez las vísceras, los órganos, de ese Dragón erizado y peligroso. Un aliento que imponía su Presencia llena de Vida; pero esta Vida era al Espíritu, lo que el ruido es a la música: vil imitación y miserable copia. Un aliento voluptuoso que halaba y exhalaba en una cadencia grosera y animal. En el silencio y la calma de la noche, esta Presencia se realzaba viciando el aire de amenaza; como si, invisible y poderoso, un Enemigo mortal me acechara presto a arrojarse sobre mí; para cobrar mi vida y más que mi vida... Tenía la impresión de haber caído a un brumoso precipicio del que fui rescatado antes de llegar al fondo. Estaba ahora parado al borde del Abismo, milagrosamente a salvo, pero víctima de esa aprensión que sólo experimenta el que sobrevive al desastre. Por eso permanecí inmóvil y no huí de aquel ambiente cargado de una maldad indescriptible, que parecía dirigirse agresivamente hacia mí. Y esa inmovilidad, serena y reflexiva, parecía excitar más la tensión dramática, elevándola a niveles insoportables. Comprendí en ese momento que “lo que irradiaba la Materia” –como quiera que esto se llame– estaba perdiendo su capacidad de actuar sobre mí, pues, en medio de la insoportable tensión, se adivinaba como una impotencia para consumar la agresión. Al llegar a este punto, parecía que todo iba a estallar, a volar en pedazos por el aire... Y estalló. Capítulo VI Mentiría si dijera que Yo no aguardaba algo paranormal. Mis ojos estaban fijos en los objetos de la habitación, esperando verlos saltar en cualquier momento sobre mí. Lo esperaba y en verdad esperaba que ocurriera cualquier cosa anormal, menos lo que realmente pasó: todo comenzó a moverse y a cambiar de posición; a caer y a saltar sobre el piso. Estanterías y muebles, todo caía y saltaba sin cesar, mientras Yo absorto, creí vivir una pesadilla. Tardé unos segundos –preciosos– en comprender que asistía a un movimiento sísmico y cuando, al fin, me decidí emprender la fuga, el temblor ya casi finalizaba. ¿Casualidad? ¿Sincronía? Piense el lector lo que quiera, pero no podrá evitar considerar el hecho de que el temblor del 21 de Enero de 1980 al único edificio que dañó en forma irreversible fue el que Yo habitaba y que tuvo que ser evacuado como pude comprobar leyendo los