El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 29
¨El Misterio de Belicena Villca¨
creado por el Dios Creador, existente “más allá del Origen”: al Origen lo denominaban Thule y,
según Ellos, Hiperbórea significaba “Patria del Espíritu”. Había, así, una Hiperbórea original y
una Hiperbórea terrestre; y un centro isotrópico Thule, asiento del Gral, que reflejaba al Origen
y que era tan inubicable como éste. Toda la Sabiduría espiritual de la Atlántida era una
herencia de Hiperbórea y por eso los Atlantes blancos se llamaban a sí mismos “Iniciados
Hiperbóreos”. La mítica ciudad de Catigara o Katigara, que figura en todos los mapas
anteriores al descubrimiento de América situada “cerca de China”, no es otra que K'Taagar, la
morada de los Dioses Liberadores, en la que sólo se permite entrar a los Iniciados Hiperbóreos
o Guerreros Sabios, vale decir, a los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura.
Finalmente, los Atlantes partieron de la península ibérica. ¿Cómo se aseguraron que las
“misiones” impuestas a los pueblos nativos serían cumplidas en su ausencia? Mediante la
celebración de un pacto con aquellos miembros del pueblo que iban a representar el Poder de
los Dioses, un pacto que de no ser cumplido arriesgaba algo más que la muerte de la vida: los
colaboradores de los Atlantes morenos ponían en juego la inmortalidad del Alma, en tanto que
los seguidores de los Atlantes blancos respondían con la eternidad del Espíritu. Pero ambas
misiones, tal como dije, eran esencialmente diferentes, y los acuerdos en que se fundaban,
naturalmente, también lo eran: el de los Atlantes blancos fue un Pacto de Sangre, mientras
que el de los Atlantes morenos consistió en un Pacto Cultural.
Evidentemente, Dr. Siegnagel, esta carta será extensa y tendré que escribirla en varios
días. Mañana continuaré en el punto suspendido del relato, y haré un breve paréntesis para
examinar los dos Pactos: es necesario, pues de allí surgirán las claves que le permitirán
interpretar mi propia historia.
Segundo Día
Comenzaré por el Pacto de Sangre. El mismo significa que los Atlantes blancos mezclaron su
sangre con los representantes de los pueblos nativos, que también eran de Raza blanca,
generando las primeras dinastías de Reyes Guerreros de Origen Divino: lo eran, afirmarían
luego, porque descendían de los Atlantes blancos, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los
Dioses. Pero los Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una
Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial: es lo que harían fielmente
durante milenios... hasta que la Estrategia enemiga operando a través de las Culturas
extranjeras consiguió cegarlos o enloquecerlos y los llevó a quebrar el Pacto de Sangre. Y
aquella falta al compromiso con los Hijos de los Dioses fue, como Ud. verá enseguida Dr.,
causa de grandes males.
Desde luego, el Pacto de Sangre incluía algo más que la herencia genética. En primer
lugar estaba la promesa de la Sabiduría: los Atlantes blancos habían asegurado a sus
descendientes, y futuros representantes, que la lealtad a la misión sería recompensada por los
Dioses Liberadores con la Más Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al
Origen, más allá de las estrellas. Vale decir, que los Reyes Guerreros, y los miembros de la
Aristocracia de la Sangre, se convertirían también en Guerreros Sabios, en Hombres de
Piedra, como los Atlantes blancos, con sólo cumplir la misión y respetar el Pacto de Sangre;
por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre traerían graves
consecuencias: no se trataba de un “castigo de los Dioses” ni de nada semejante, sino de
perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual irreversible, más terrible aún que la que
había encadenado el Espíritu a la Materia. “Los Dioses Liberadores, según la particular
descripción que los Atlantes blancos hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni
castigaban por sus actos; ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus
miradas sólo reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su
voluntad de abandonar la materia; quienes amaban la Creación, quienes deseaban
permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos que, por sostener estas
ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o traicionaban el Pacto de Sangre, no
afrontarían ¡no! ningún castigo: sólo era segura la pérdida de la eternidad... a menos que se
considerase un ‘castigo’ la implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia
todos los Traidores”.
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