EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 78
Ya en los últimos días también nosotros nos sentíamos cansados.
Natalia y yo sentíamos que se nos iba doblando el cuerpo entre más y
más. Era como si algo nos detuviera y cargara un pesado bulto sobre
nosotros. Tanilo se nos caía más seguido y teníamos que levantarlo y a
veces llevarlo sobre los hombros. Tal vez de eso estábamos como
estábamos: con el cuerpo flojo y lleno de flojera para caminar. Pero la
gente que iba allí junto a nosotros nos hacía andar más aprisa.
Por las noches, aquel mundo desbocado se calmaba.
Desperdigadas por todas partes brillaban las fogatas y en derredor de la
lumbre la gente de la peregrinación rezaba el rosario, con los brazos en
cruz, mirando hacia el cielo de Talpa. Y se oía cómo el viento llevaba y
traía aquel rumor, revolviéndolo, hasta hacer de él un solo mugido. Poco
después todo se quedaba quieto. A eso de la medianoche podía oírse
que alguien cantaba muy lejos de nosotros. Luego se cerraban los ojos y
se esperaba sin dormir a que amaneciera.
Entramos a Talpa cantando el Alabado.
Habíamos salido a mediados de febrero y llegamos a Talpa en los
últimos días de marzo, cuando ya mucha gente venía de regreso. Todo
se debió a que Tanilo se puso a hacer penitencia. En cuanto se vio
rodeado de hombres que llevaban pencas de nopal colgadas como
escapulario, él también pensó en llevar las suyas. Dio en amarrarse los
pies uno con otro con las mangas de su camisa para que sus pasos se
hicieran más desesperados. Después quiso llevar una corona de espinas.
Tantito después se vendó los ojos, y más tarde, en los últimos trechos
del camino, se hincó en la tierra, y así, andando sobre los huesos de sus
rodillas y con las manos cruzadas hacia atrás, llegó a Talpa aquella cosa
que era mi hermano Tanilo Santos; aquella cosa tan llena de
cataplasmas y de hilos oscuros de sangre que dejaba en el aire, al
pasar, un olor agrio como de animal muerto.
Y cuando menos acordamos lo vimos metido entre las danzas.
Apenas si nos dimos cuenta y ya estaba allí, con la larga sonaja en la
mano, dando duros golpes en el suelo con sus pies amoratados y
descalzos. Parecía todo enfurecido, como si estuviera sacudiendo el
coraje que llevaba encima desde hacía tiempo; o como si estuviera
haciendo un último esfuerzo por conseguir vivir un poco mas.
Tal vez al ver las danzas se acordó de cuando iba todos los años a
Tolimán, en el novenario del Señor, y bailaba la noche entera hasta que
sus huesos se aflojaban, pero sin cansarse. Tal vez de eso se acordó y
quiso revivir su antigua fuerza.
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