EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 77
cielo siempre gris, como una mancha gris y pesada que nos aplastaba a
todos desde arriba. Sólo a veces, cuando cruzábamos algún río, el polvo
era más alto y más claro. Zambullíamos la cabeza acalenturada y
renegrida en el agua verde, y por un momento de todos nosotros salía
un humo azul, parecido al vapor que sale de la boca con el frío. Pero
poquito después desaparecíamos otra vez entreverados en el polvo,
cobijándonos unos a otros del sol de aquel calor del sol repartido entre
todos.
Algún día llegará la noche. En eso pensábamos. Llegará la noche y
nos pondremos a descansar. Ahora se trata de cruzar el día, de
atravesarlo como sea para correr del calor y del sol. Después nos
detendremos. Después. Lo que tenemos que hacer por lo pronto es
esfuerzo tras esfuerzo para ir de prisa detrás de tantos como nosotros y
delante de otros muchos. De eso se trata. Ya descansaremos bien a bien
cuando estemos muertos.
En eso pensábamos Natalia y yo y quizá también Tanilo, cuando
íbamos por el camino real de Talpa, entre la procesión; queriendo llegar
los primeros hasta la Virgen, antes que se le acabaran los milagros.
Pero Tanilo comenzó a ponerse más malo. Llegó un rato en que ya
no quería seguir. La carne de sus pies se había reventado y por la
reventazón aquella empezó a salírsele la sangre. Lo cuidamos hasta que
se puso bueno. Pero, así y todo, ya no quería seguir:
"Me quedaré aquí sentado un día o dos y luego me volveré a
Zenzontla." Eso nos dijo.
Pero Natalia y yo no quisimos. Había algo dentro de nosotros que
no nos dejaba sentir ninguna lástima por ningún Tanilo. Queríamos
llegar con él a Talpa, porque a esas alturas, así como estaba, todavía le
sobraba vida. Por eso mientras Natalia le enjuagaba los pies con
aguardiente para que se le deshincharan, le daba ánimos. Le decía que
sólo la Virgen de Talpa lo curaría. Ella era la única que podía hacer que
él se aliviara para siempre. Ella nada más. Había otras muchas
Vírgenes; pero sólo la de Talpa era la buena. Eso le decía Natalia.
Y entonces Tanilo se ponía a llorar con lágrimas que hacían surco
entre el sudor de su cara y después se maldecía por haber sido malo.
Natalia le limpiaba los chorretes de lágrimas con su rebozo, y entre ella
y yo lo levantábamos del suelo para que caminara otro rato más, antes
que llegara la noche.
Así, a tirones, fue como llegamo s con él a Talpa.
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