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—Dice bien. Entonces no fue en Tuzcacuexco donde me agarró el
temblor. Ha de haber sido en El Pochote. ¿Pero El Pochote es un rancho,
no?
—Sí, pero tiene una capillita que allí le dicen la iglesia; está un
poco más allá de la hacienda dé los Alcatraces.
—Entonces fue allí ni más ni menos donde me agarró el temblor
ese que les digo y cuando la tierra se pandeaba todita como si por
dentro la estuvieran rebullendo. Bueno, unos pocos días después,
porque me acuerdo que todavía estábamos apuntalando paredes, llegó
el gobernador; venía a ver qué ayuda podía prestar con su presencia.
Todos ustedes saben que nomás con que se presente el gobernador, con
tal de que la gente lo mire, todo se queda arreglado. La cuestión está en
que al menos venga a ver lo que sucede, y no que se esté, allá metido
en su casa, nomás dando órdenes. En viniendo él, todo se arregla, y la
gente, aunque se le haya caído la casa encima, queda muy contento con
haberlo conocido. ¿O no es así Melitón?
—Eso que ni qué.
—Bueno, como les estaba diciendo, en septiembre del año pasado,
un poquito después de los temblores cayó por aquí el gobernador para
ver como nos había tratado el terremoto. Traía geólogo y gente
conocedora, no crean ustedes que venía solo. Oye, Melitón, ¿como
cuánto dinero nos costó darles de comer a los acompañantes del
gobernador?
—Algo así como cuatro mil pesos.
— Y eso que nomás estuvieron un día y en cuanto se les hizo de
noche se fueron, si no, quién sabe hasta qué alturas hubiéramos salido
desfalcados, aunque eso sí, estuvimos muy contentos: la gente estaba
que se le reventaba el pescuezo de tanto estirarlo para poder ver al
gobernador y haciendo comentarios de cómo se había comido el
guajolote y de que si había chupado los huesos, y de cómo era de rápido
para levantar una tortilla tras otra rociándolas con salsa de guacamole;
en todo se fijarón. Y él tan tranquilo, tan serio, limpiándose las manos
en los calcetines para no ensuciar la servilleta, que sólo le sirvió para
espolvorearse de vez en vez los bigotes. Y después cuando el ponche de
granadas se les subió a la cabeza, comenzaron a cantar todos en coro.
Oye, Melitón ¿cuál fue la canción esa que estuvieron repite y repite
como disco rayado?
—Fue una que decía: "No sabes del alma las horas de luto."
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