EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 28
Las luces se apagaron. Entonces una mancha como de tierra
envolvió al pueblo, que siguió roncando un poco más, adormecido en el
calor del amanecer.
Por el camino de Jiquilpan, bordeado de camichines, el viejo
Esteban viene montado en el lomo de una vaca, arreando el ganado de
la ordeña. Se ha subido allí para que no le brinquen a la cara los
chapulines. Se espanta los zancudos con su sombrero y de vez en
cuando intenta chiflar, con su boca sin dientes, a las vacas, para que no
se queden rezagadas. Ellas caminan rumiando, salpicándose con el rocío
de la hierba. La mañana está aclarando. Oye las campanadas del alba
en San Gabriel y se baja de la vaca, arrodillándose en el suelo y
haciendo la señal de la cruz con los brazos extendidos.
Una lechuza grazna en el hueco de los árboles y entonces él brinca
de nuevo al lomo de la vaca, se quita la camisa para que con el aire se
le vaya el susto, y sigue su camino.
"Una, dos, diez", cuenta las vacas al estar pasando el
guardaganado que hay a la entrada del pueblo. A una de ellas la detiene
por las orejas y le dice estirándole la trompa: "Ora te van a desahijar,
motilona. Llora si quieres; pero es el último día que veras a tu becerro.
"La vaca lo mira con sus ojos tranquilos, se lo sacude con la cola y
camina hacia adelante.
Están dando la última campanada del alba.
No se sabe si las golondrinas vienen de Jiquilpan o salen de San
Gabriel; sólo se sabe que van y vienen zigzagueando, mojándose el
pecho en el lodo de los charcos sin perder el vuelo; algunas llevan algo
en el pico, recogen el lodo con las plumas timoneras y se alejan,
saliéndose del camino, perdiéndose en el sombrío horizonte.
Las nubes están ya sobre las montañas, tan distantes que sólo
parecen parches grises prendidos a las faldas de aquellos cerros azules.
El viejo Esteban mira las serpentinas de colores que corren por el
cielo: rojas, anaranjadas, amarillas. Las estrellas se van haciendo
blancas. Las últimas chispas se apagan y brota el sol, entero, poniendo
gotas de vidrio en la punta de la hierba.
"Yo tenía el ombligo frío de traerlo al aire. Ya no me acuerdo por
qué. Llegué al zaguán del corral y no me abrieron. Se quebró la piedra
con la que estuve tocando la puerta y nadie salió. Entonces creí que mi
patrón don Justo se había quedado dormido. No les dije nada a las
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