El jugador - Fedor Dostoiewski
-Merci, madame -dijo mlle. Blanche con una amable reverencia,
torciendo la boca en una sonrisa irónica que cambió con Des
Grieux y el general. Éste estaba abochornado y se puso muy
contento cuando llegamos a la avenida.
-Fedosya..., lo que es Fedosya sé que va a quedar asombrada
-dijo la abuela acordándose de la niñera del general, conocida
suya-. También a ella hay que regalarle un vestido. ¡Eh, Aleksei
Ivanovich, Aleksei Ivanovich, dale algo a ese mendigo!
Por el camino venía un pelagatos, encorvado de espalda, que nos
miraba.
-¡Dale un gulden; dáselo!
Me llegué a él y se lo di. Él me miró con vivísima perplejidad,
pero tomó el gulden en silencio. Olía a vino.
-¿Y tú, Aleksei Ivanovich, no has probado fortuna todavía?
-No, abuela.
-Pues vi que te ardían los ojos.
-Más tarde probaré sin falta, abuela.
-Y vete derecho al zéro. ¡Ya verás! ¿Cuánto dinero tienes?
-En total, sólo veinte federicos de oro, abuela.
-No es mucho. Si quieres, te presto cincuenta federicos Tómalos
de ese mismo rollo. ¡Y tú, amigo, no esperes, que no te doy nada!
-dijo dirigiéndose de pronto al general. Fue para éste un rudo
golpe, pero guardó silencio. Des Grieux frunció las cejas.
-Que diable, cest une terrible vieille! -dijo entre dientes al
general.
-¡Un pobre, un pobre, otro pobre! -gritó la abuela-. Aleksei
Ivanovich, dale un gulden a éste también.
Esta vez se trataba de un viejo canoso, con una pata de palo,
que vestía una especie de levita azul de ancho vuelo y que llevaba
un largo bastón en la mano. Tenía aspecto de veterano del
ejército. Pero cuando le alargué el gulden, dio un paso atrás y me
miró amenazante.
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