El jugador - Fedor Dostoiewski
entregaron los veinte federicos en oro y los cuatro mil florines en
billetes de banco.
Esta vez, sin embargo, la abuela ya no llamaba a Potapych; no
era eso lo que ocupaba su atención. Ni siquiera daba empujones
ni temblaba visiblemente; temblaba por dentro, si así cabe
decirlo. Toda ella estaba concentrada en algo, absorta en algo:
-¡Aleksei Ivanovich! ¿Ha dicho ese hombre que sólo pueden
apostarse cuatro mil florines como máximo en una jugada? Bueno,
entonces toma y pon estos cuatro mil al rojo -ordenó la abuela.
Era inútil tratar de disuadirla. Giró la rueda.
-Rouge! -anunció el banquero.
Ganó otra vez, lo que en una apuesta de cuatro mil florines
venían a ser, por lo tanto, ocho mil.
-Dame cuatro -decretó la abuela- y pon de nuevo cuatro al rojo.